sábado, 14 de noviembre de 2015

Gritos en la noche (1961)

Salvo algún intento aislado de abordar el fantástico desde la comedia, siempre me viene a la memoria la excepcional La torre de los siete jorobados (Edgar Neville, 1944), o de realizar comedia con apuntes fantasiosos, como Un marido de ida y vuelta (Luis Lucía, 1957), ni el género fantástico ni, menos aún, el de terror existían como tal en la cinematografía española anterior a la década de 1960. Pero los regímenes de coproducción, que posibilitaban el reparto de costes y la distribución internacional, unido a la exitosa proliferación de las películas de horror allende fronteras, Terence Fisher en el Reino Unido con sus producciones para la Hammer FilmsGeorges Franju en Francia con Los ojos sin rostro (Les yeux sans visage; 1960), Alfred Vohrer en Alemania con sus adaptaciones del escritor Edgar Wallace, entre ellas Los ojos muertos de Londres (Die toten augen von London; 1961), Roger Corman en Estados Unidos con su ciclo PoeMario Bava y Riccardo Freda en Italia con Los vampiros (Il vampiri; 1957), favorecieron la realización de Gritos en la noche, un film que inauguró el cine de terror español. El afán renovador de Jesús Franco queda patente en sus dos primeras películas, Tenemos 18 años (1959) y Labios rojos (1960). Esta misma intención se observa en Gritos en la noche, además de las influencias asumidas del expresionismo, del terror gótico y de aquel por el que apostó la Universal durante la década de 1930. Dichas influencias se descubren en las luces y las sombras de calles y caserones fantasmales o en el nerviosismo de la cámara cuando anuncia la presencia del doctor Orloff (Howard Vernon) y su autómata asesino, Morpho (Ricardo Valle), inspirado en el Cesare de El gabinete del Dr.Caligari (Das cabinet des Dr.CaligariRobert Wiene, 1919). Estas y otras características confirmaban la intención de Jesús Franco de realizar cine de género sin complejos, aunando su cinefilia y su perspectiva personal, gustos y obsesiones que iría desarrollando a lo largo de su filmografía: su pasión por la música, los night clubs (en este caso un cabaret), dosis de humor (en Gritos en la noche a cargo del vagabundo que encuentra el collar de una de las víctimas y del ayudante del encargado de resolver el caso) o su predilección por los personajes femeninos (como fuente de erotismo y portadoras de una capacidad resolutiva superior a la mostrada por los protagonistas masculinos). Por ello, el inspector Tanner (Conrado San Martín), supuesto héroe del film, resulta un tipo mediocre que debe su éxito policial a que nunca ha tenido que enfrentarse a un caso complejo, lo que depara su desorientación cuando le asignan la investigación de los asesinatos de varias mujeres y lo pone en desventaja con respecto a su novia, Wanda Bronsky (Diana Lorys), una cantante de ópera que toma la iniciativa e indaga por su cuenta, frecuentando el cabaret donde se vio por última vez a las jóvenes asesinadas. 
Wanda pretende desenmascarar al homicida, quizá porque desee demostrar su valía en un oficio hasta entonces desempeñado por hombres, por la atracción que en ella despierta el extraño que la confunde con su hija (y que la cantante intuye que se trata del criminal) o simplemente por ayudar a su novio, perdido en sus pesquisas, como demuestra la simpática escena que reúne a los testigos para la realización de un retrato robot del sospechoso, a cargo de un dibujante encarnado por Manuel Vázquez, el creador, entre otras tiras cómicas, de La familia Cebolleta (1951) y Anacleto, agente secreto (1965). Pero, aparte de sus aciertos y de ser la primera horror movie hispana, muchos aficionados al género recuerdan la película por la siniestra presencia del mad doctor Orloff, personaje clave en el fantaterror español, obsesionado con devolver la belleza a su hija (Diana Lorys), primero experimentando con las mujeres que asesina y, cuando comprende que con tejido muerto no da resultado, lo hace con jóvenes vivas.

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