miércoles, 24 de septiembre de 2014

Tucker: un hombre y su sueño (1988)


La biografía cinematográfica de Preston Tucker (Jeff Bridges) realizada por Francis Ford Coppola se inicia, al igual que Orson Welles inició Ciudadano Kane (1941), con un documental sobre un hombre hecho a sí mismo, individualista, inteligente, seguro de sí y representante del sueño americano; pero tras estas imágenes se accede a una realidad amarga, presentada desde una perspectiva optimista y vitalista, en la que se observa la dificultad que supone materializar un sueño que nace de la ilusión y del ideal de quien lo sueña. El sueño perseguido por Tucker consiste en crear un automóvil innovador capaz de revolucionar el mercado, lo que supone una amenaza para el orden establecido, ya que, de verse cumplida la visión del inventor, los intereses comerciales y económicos de las grandes industrias del motor se verían comprometidos y afectados. Si Preston Tucker es un ejemplo del idealista automovilístico, Coppola lo es del visionario cinematográfico, pues, al igual que el inventor, el cineasta saboreó el éxito (también el fracaso), lo que le permitió plantearse nuevos retos como el de crear un estudio cinematográfico donde realizar un tipo de cine novedoso en constante evolución y desarrollo, que en el seno de las majors le sería complicado llevar a cabo. Esta ilusión, distanciamiento o acto de rebeldía (tras el que se escondían sus inquietudes artísticas y personales) ante lo establecido concluyó con la quiebra de la Zoetrope tras el sonado batacazo comercial que supuso Corazonada (One from the Heart, 1982), un musical innovador y de gran riqueza visual. Desde aquel momento el responsable de Apocalypse Now tuvo que decantarse por producciones de menor presupuesto, en algunos casos ajenas a sus intereses artísticos, pero, en 1988, pudo materializar una idea que llevaba largo tiempo barajando y que por diversos motivos no fue realizada hasta que George Lucas, a quien Coppola había producido THX 1138 (1971) y American Graffitti (1973),  le devolvió el favor al producir bajo su sello Lucasfilm Tucker: un hombre y su sueño, (Tucker. The Man and His Dream, 1988).


En esta película, Coppola tomó como protagonista a un individuo que alcanzó el éxito tras inventar unas torretas que fueron empleadas en los aviones estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial; pero este hombre, que vive de inquietudes y sueños, no se conforma con una existencia en la que no pueda continuar desarrollando sus ideas y persiguiendo sus sueños (un ideal que ya no tiene cabida dentro de su entorno), por eso se empeña (moral y económicamente) en fabricar un automóvil excepcional que ofrezca al consumidor elevadas prestaciones de seguridad, comodidad y calidad, y todo ello a un precio asequible. Sin embargo esta visión adelantada a su tiempo, factible en todo caso, aunque todavía no consumada, no resulta del agrado de quienes controlan la industria del motor, lo que significa el inicio de una lucha desigual en la que se presupone que Preston no puede vencer; aún así, no desespera en su recorrido hacia la materialización de su idea (representada en la fabricación de los cincuenta Tucker acordados). Por el camino surgen problemas logísticos, materiales, económicos o humanos, así como el rechazo de los estamentos políticos representados en el senador Ferguson (Lloyd Bridges), quien se erige en defensor de los intereses de las grandes compañías automovilísticas, que ven en el vendedor de sueños a una amenaza para el dominio de sus productos, incapaces de competir con la propuesta de un inventor a quien se persigue desde el sabotaje, la difamación y la acusación de fraude de la que finalmente sale absuelto, aunque sin la posibilidad de continuar con su empeño. La reflexión que plantea Tucker. Un hombre y su sueño desvela entre otras cuestiones la incapacidad de un entorno para asumir ideas novedosas, puede que arriesgadas y llamativas debido a la misma novedad que proponen, pero en todo caso ideas factibles capaces de transformar y mejorar el orden establecido tanto en la industria automovilística (contra la que se enfrenta Tucker) como en la cinematográfica (de la que se desligó Coppola), o en cualquier otro medio en el que primen valores inamovibles que busquen el beneficio inmediato sin contemplar aspectos relacionados con el avance, la calidad, el consumidor o los sueños de quienes, en su intento por llevarlos a cabo, se ven torpedeados, a menudo hundidos, por esa constante negativa a evolucionar por temor a perder lo ya logrado.

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