martes, 19 de agosto de 2014

Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008)


Durante los años que siguieron a Indiana Jones y la última cruzada (Indiana Jones and the Last Cruisade, 1988) los rumores de una cuarta entrega de las andanzas del arqueólogo más famoso del cine fueron una constante que concluyó casi dos décadas después, cuando, en 2007, George LucasHarrison Ford y Steven Spielberg confirmaron el rodaje de una nueva aventura del héroe, lo que supuso una alegría para los numerosos seguidores de la saga y la oportunidad para que una nueva generación de espectadores entrase en contacto con este icono del aventurero cinematográfico. Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (Indiana Jones and the Kingdom of The Crystal Skull, 2008) conservó las características esenciales de sus predecesoras, en ella apenas se vislumbran cambios en la narrativa empleada por Spielberg, fiel a la desarrollada en la primera y tercera entrega de la saga, del mismo modo prevalece el estilo visual que Janusz Kaminski heredó de Douglas Slocombe, el director de fotografía de las anteriores producciones. Más difícil fue mantener la fluidez y la gracia de antaño, ya que, a pesar de su inicio prometedor, la acción pierde interés para transformarse en una prolongación conformista y autocomplaciente de las anteriores incursiones del trío en el universo creado veintisiete años atrás en En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981). Aunque es de agradecer la intención de conservar la esencia del personaje y de la serie, quizá esa misma intención jugase en contra del resultado final de una película en la que prevalece la sucesión de guiños a sus predecesoras y a producciones como: Salvaje (la irrupción motorizada de Mutt en la estación de tren), Tarzán de los monos (el avance que este mismo personaje hace por la selva) o Cuando ruge la marabunta (el ataque de las hormigas gigantes). Esta constante mirada al pasado provoca la sensación de presenciar algo familiar, por momentos agradable, pero que no colma las expectativas generadas en torno al héroe y su cuarta aventura cinematográfica, dentro de la cual se fuerza la reaparición de Marion (Karen Allen), la protagonista femenina de la primera entrega, se intenta rellenar el hueco dejado por Marcus Brody o se desarrolla una relación paterno-filial carente de la química desprendida por la vivida en Indiana Jones y la última cruzada. Pero todo lo dicho hasta el momento carece de interés para un arqueólogo que ha continuado con su trabajo durante los diecinueve años que separan su nueva peripecia de aquella destacada odisea al lado de su padre, tiempo más que suficiente para provocar cambios en su físico y en su entorno, ubicado cronológicamente en 1957, en un periodo durante el cual el enemigo son soldados soviéticos liderados por Irina Spalko (Cate Blanchett), una villana en quien se descubre una ambición desmedida similar a la mostrada por sus predecesores en la serie. Esta era de guerra fría remite directamente a la amenaza comunista y a las pruebas nucleares con las que se inicia el film, cuando se descubre a un Indiana Jones entrado en años, pero sin que el paso del tiempo haya mermado sus aptitudes o cambiado su manera de entender el medio por donde transita su ajetreada existencia. Desde su presentación, en la base secreta donde se guardan algunos de los objetos que él mismo encontró en el pasado, se le observa enfrentándose al grupo de militares rusos, de quienes se esconde en un pueblo fantasma donde sobrevive a una explosión atómica para de inmediato caer en manos de agentes federales que le acusan de simpatiza con la ideología comunista (una referencia clara a la caza de brujas de la época). Así pues durante los primeros compases del film se muestran aspectos que ubican la historia dentro de un contexto definido en el que Jones reniega de su supuesto cansancio físico para embarcarse en una aventura que coquetea con el cine de ciencia-ficción de la década de 1950, de ahí que hacia el final de la trama se muestre a una comunidad extraterrestre que reposa en la mítica ciudad de El Dorado, a la que el héroe y sus acompañantes acceden tras superar las inevitables trabas que les separan del éxito. Sin embargo, y a pesar de sus buenas intenciones, Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal provoca la sensación de no aportar nada nuevo a la ficción cinematográfica de un personaje que en su momento revitalizó el género de aventuras, provocando la proliferación de imitadores menos carismáticos e incluso la gestación del vástago que se dio a conocer en esta entretenida película.

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