jueves, 22 de mayo de 2014

Jerry calamidad (1964)


A primera vista, 
Jerry Calamidad (The Patsy, 1964) podría pasar por una especie de revisión del mito de pigmalión filmado desde la perspectiva humorística de Jerry Lewis, aunque, en realidad, el film se decanta por la crítica de un entorno dominado por las apariencias; de ahí que al final del metraje Lewis asuma su propia identidad para decirle a Ina Balin, su compañera de reparto, que su caída por el balcón no es más que un engaño óptico, como también lo es el espacio irreal donde se ha desarrollado la mayor parte de la acción. En manos de Lewis la comedia cómica satiriza aspectos sociales poco afortunados que chocan con la personalidad de su personaje, tímido y torpe, aunque honesto y amable, ajeno al medio con el que no se identifica y, por lo tanto, en el que nunca llega a integrarse. Si se profundiza en el contenido de The Patsy, título más apropiado que el comercial Jerry Calamidad, se descubre que se trata de una de las películas más personales y pesimistas de un autor capaz de hacer reír desde la incoherencia coherente, y a menudo genial, que habita en sus gags y en la personalidad de su personaje, que, como aquel vagabundo inmortalizado por Chaplin, resulta un ser solitario y a contracorriente, que carece del supuesto glamour tras el que se esconden las imperfecciones representadas en los asesores artísticos que abordan al protagonista, que no por casualidad coincide en nombre y en oficio con el que Lewis interpretó en El botones, su primer largometraje como director. Aunque el nuevo botones hereda aspectos del anterior, se descubre en él una mayor complejidad dramática, desarrollada por el realizador para caricaturizar un ámbito en el que las apariencias juegan un papel decisivo a la hora de excluir o incluir a quien se acepta en su seno, algo que queda patente en el recuerdo del baile estudiantil que Stanley evoca antes de su actuación en playback para un programa televisivo en el que se contempla una nueva muestra del engaño que asume para no decepcionar a quienes le utilizan.


Este personaje, que fue evolucionando a lo largo de las películas del Lewis actor, director, guionista y productor, se presenta en una habitación donde se reúne el sexteto que observa su torpeza (tira los hielos y los vasos que lleva sobre la bandeja o se cae por primera vez al vacío) al tiempo que evalúa su inocencia, su timidez, su supuesta maleabilidad y su confianza en los presentes. En ese instante el botones se convierte en la marioneta (the patsy) de un grupo dispuesto a todo con tal de preservar el modo de vida que sus componentes han llevado hasta la inesperada muerte de su último cliente, una estrella del espectáculo a la que pretenden sustituir por ese don nadie a quien primero cambian la imagen física y posteriormente lo intentan con su personalidad, lo que permite una serie de gags creativos e ingeniosos como aquel que se desarrolla hacia el final del film, cuando Stanley Belt se enfrenta en directo a la audiencia de El show de Ed Sullivan e inesperadamente triunfa al improvisar un espléndido número mudo que nada tiene que ver con el "adiestramiento" que nunca llega a asimilar, porque, por mucho que se esfuerce, no puede hacer suyo algo que no ha fluido de su interioridad.

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