sábado, 31 de mayo de 2014

Bestias de la ciudad (1957)


El despido de directores que por uno u otro motivo chocaban con las posturas o intereses de los ejecutivos de los estudios no era una práctica asilada dentro de la industria cinematográfica; de tal manera, y a menos de una semana para la conclusión del rodaje de Bestias de la ciudad (The Garmet Jungle, 1957), Robert Aldrich fue sustituido por otro director de menor contundencia narrativa, de ahí que el retrato del hampa firmado por Vincent Sherman presente cierto desequilibrio entre las escenas filmadas por el primero y sus aportaciones, carentes de la fuerza crítica y fílmica del responsable de Attack!. Pese a sus irregularidades, Bestias de la ciudad resulta una interesante muestra de cine negro que se desarrolla en torno a una firma textil que, tras la atractiva imagen que proyecta, se esconde el enfrentamiento económico, ideológico y laboral que mantienen empleados, patrones y "hampones". Walter Mitchell (Lee J.Cobb), propietario de la prestigiosa casa de moda, rechaza sistemáticamente las peticiones de instaurar un sindicato que vele por los intereses de sus asalariados, negativa que conlleva que los trabajadores sufran una situación laboral precaria, en la que sueldos y horarios no se corresponden con aquellos exigidos por la asociación obrera a la que él se opone desde el primer momento, cuando se le descubre discutiendo con su socio al inicio del film, poco antes de que este último suba al montacargas y sufra el accidente en el que pierde la vida; aunque, en realidad, dicho percance no es fruto de un fallo en el engranaje de la máquina, sino del resultado de la manipulación de los hombres de Ravidge (Richard Boone), el delincuente que protege los intereses de Mitchell y, por encima de todo, los suyos. El uso de la intimidación se convierte en una constante dentro del lucrativo negocio de un empresario que opta por cerrar los ojos ante los métodos empleados por el gángster con quien se ha asociado, pues dicha postura le permite ignorar los hechos y que todo continúe como hasta el instante en el que su hijo regresa de Europa, e insiste en conocer y formar parte del negocio familiar. El contacto de Alan Mitchell (Kerwin Mathews) con la costura provoca entre otras cuestiones su encuentro con Tulio Renata (Robert Loggia), un sindicalista que lucha por los derechos de los trabajadores sin amedrentarse ante las continúas amenazas de muerte que recibe de matones que no dudan en presentarse en las reuniones sindicales donde demuestran la violencia de sus métodos de persuasión. Como consecuencia de su contacto con Renata, Alan accede a los aspectos más sórdidos del imperio de su progenitor, a quien intenta concienciar de la necesidad de llegar a un acuerdo con los empleados, pero, como habría sucedido en el pasado, su padre ignora sus palabras y, como consecuencia, la fuerza bruta deja viuda a Theresa Renata (Gia Scala) al tiempo que silencia al testigo presencial del asesinato, temeroso de un final similar al de su compañero y amigo. Con la presencia de la mujer de Tulio, el film cobra una perspectiva que posiblemente tendría menor importancia en la versión de Aldrich, de igual manera que tampoco se incidiría en la relación paterno-filial, que repite planteamientos ya vistos en otras producciones, ya que la propuesta de Aldrich buscaba un tono más agresivo, amargo y radical, que no fue del gusto de los responsables económicos del film, lo que provocó su despido y que Bestias de la ciudad se desarrolle entre dos líneas que nunca llegan a confluir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario