sábado, 22 de marzo de 2014

La frontera (1991)


A estas alturas a nadie se le escapa que el derecho a expresarse con libertad carece de espacio dentro de cualquier dictadura, más aún si dichas expresiones se exponen públicamente en forma de protestas pacíficas que denuncian las injusticias cometidas por el régimen que ostenta el poder, y lo emplea para someter a la población en lugar de servirla. De tal manera no cuesta imaginar que individuos como el profesor Ramiro Orellana (Patricio Contreras) sean castigados por un sistema opresivo y represivo, porque para el régimen Ramiro es un subversivo a quien hay que apartar de la masa silenciosa, relegándolo a permanecer confinado en un lugar apartado por el simple hecho de haber firmado un documento con el que se pretendía que los responsables gubernamentales diesen a conocer el paradero de un colega desaparecido. A parte de la crítica expuesta por el cineasta chileno Ricardo LarraínLa frontera muestra un espacio físico donde Orellana descubre a un grupo de individuos diferentes de aquellos con quienes conviviría en su medio urbano habitual. Sus nuevos vecinos semejan ser tan relegados como él, pues allí cada uno mantiene su propio universo personal aislado del resto; así se descubre a Maite (Gloria Laso), la mujer con quien mantiene relaciones, al padre de esta (Patricio Bunster), republicano que a menudo viaja a una España imaginaria, pues de la real tuvo que huir como consecuencia de otro régimen militar, o Diver (Aldo Bernales), el buzo que constantemente busca la línea de separación de los dos mares que componen la teoría que anhela demostrar. En ese entorno el profesor se siente inicialmente extraño, alejado de la lucha pacífica que desearía continuar realizando, no obstante, a medida que se adapta a su condena, surgen nexos de unión con estos individuos ajenos a la realidad en la que vive el país, cuestión de la que casi se contagia porque por un instante al docente le gustaría olvidar la causa de su destierro y disfrutar de la armonía que roza hacia el final de su confinamiento. Quizá por ello La frontera resulta un film de emociones encontradas, en el que su protagonista desearía vivir en un equilibrio similar al que alcanza en el pueblo donde es relegado, sin embargo su deseo no puede materializarse porque más allá de ese espacio delimitado todavía continúan desapareciendo personas que intentan expresar sus diferencias respecto a un sistema que no tolera que lo contradigan, y por ello la libertad, si así se la puede llamar, resulta más restringida que la descubierta por Ramiro en el pueblo-prisión al que debe ajustarse y adaptarse sin posibilidad de protesta. Allí le informan de sus escasos derechos y de las normas a las que debe ceñirse, como sería la de presentarse a firmar dos veces al día, en horas puntuales, como medio de control para evitar una posible fuga, pues en un primer instante las autoridades locales no ponen en duda de que el pacífico intelectual sea un criminal, aunque en realidad su único "delito" consistió en firmar un comunicado con el que se pretendía llamar la atención de la opinión pública sobre una de las constantes de un régimen al que no le interesaría ofrecer respuestas que podrían alterar su posición de fuerza frente a la pasividad de una población temerosa y silenciada por el orden establecido.

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