viernes, 14 de febrero de 2014

Sahara (1943)

Como película bélica deudora de su época, Sahara ofrece una imagen partidista que se decanta por presentar a los soldados alemanes como fieles seguidores de la intolerante doctrina de sus líderes, y a los aliados como héroes expuestos a sufrir una situación que no han provocado, pero en la que, sin dudarlo, se sacrifican por una causa justa. Dicho sacrificio les convierte en personajes que destacan por su humanidad y por sus ideales, y entre ellos, la figura del sargento Joe Gunn (Humphrey Bogart) se erige en líder del grupo que deambula perdido por el desierto, donde, aparte de su valor como soldado, descubre su lado compasivo y justo, al aceptar entre los suyos a dos enemigos con quienes deben compartir el agua que escasea tanto en las cantimploras como en la inmensidad de arena que se antoja infinita. Sahara, como su nombre da a entender, se desarrolla en el desierto africano durante la campaña del norte de África que se llevó a cabo en la Segunda Guerra Mundial, más en concreto en Libia, donde la dotación de un tanque estadounidense deambula desorientada tras enfrentarse al enemigo. Lo mismo les sucede a los ingleses y al soldado francés que poco después se unen a ellos en un punto indefinido de la aridez que les rodea; pero éstos no son los últimos en adherirse al pequeño contingente. Poco después también lo hacen un sargento sudanés (Rex Ingram) y su prisionero italiano (J.Carrol Naish), para más adelante aumentar el número con el piloto alemán (Kurt Krueger) que les ataca antes de que caer derribado. En este capitán germano se concentra la villanía del régimen que defiende, cuestión que queda perfectamente expuesta desde su aparición. Algo similar ocurre con el soldado italiano, a quien se descubre como un tipo sumiso, que representaría la postura italiana con respecto a la alemana, pero a lo largo del film se le exculpa porque, al fin y al cabo, no es más que una marioneta privada de la capacidad de elegir, por lo que se le concede un trato digno que nunca llega a concederse a los alemanes que tienen alguna presencia relevante en la trama, ya sea el piloto, los dos soldados a quienes apresan en las ruinas donde se atrincheran, o el comandante que no duda en ordenar disparar sobre el enviado aliado segundos después de un alto el fuego. De modo opuesto se define a los estadounidenses e ingleses, así como al sargento sudanés o a Leroux (Louis Mercier), el cabo francés, incapaz de olvidar que su país está ocupado por ese enemigo carente de cualquier rasgo humano; de tal manera que todos ellos se desvelan como la imagen de las libertades y de los derechos que el régimen opresor pisotea por medio mundo, y como representantes de las buenas causas optan por enfrentarse, en los alrededores de un pozo similar al empleado por John Ford en La patrulla perdida, a todo un batallón alemán que se dirige hacia El Alamein. En este punto queda claro que Gunn y sus muchachos no lo hacen por su deber como soldados, sino porque son conscientes de que, como hombres libres que luchan por una causa justa, su sacrificio concederá un tiempo vital para que las fuerzas aliadas organicen la defensa que permitirá frenar el avance del Afrika Korps, representante en el continente africano de ese demonio ideológico que debe ser vencido aunque para ello deban entregar sus vidas.

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