domingo, 19 de enero de 2014

Lío en los grandes almacenes (1963)


Entre 1955 y 1964 el cómico 
Jerry Lewis y el director y guionista Frank Tashlin realizaron ocho comedias en común que presentan un humor basado en el gag visual, influenciado por el slapstick y el cómic, y en la personalidad de un personaje soñador, cargado de tics, torpe e inseguro; aunque no se necesita profundizar demasiado en él para descubrir que se trata de un sujeto inadaptado que se rebela contra lo establecido. A pesar de los detractores de Lewis y de los críticos que no lo tomaron en serio (tuvieron que ser cineastas franceses como Jean-Luc Godard quienes salieron en defensa de su cine), el humor desarrollado tanto en estas películas como en parte de sus realizaciones como director posee una personalidad propia que lo convirtió en un referente renovador de la comedia de la época, como también lo sería Tashlin, quien sin duda tuvo parte de culpa en el estilo que Lewis desplegó como director y guionista. Aunque sus trabajos son menos reconocidos que los desarrollados por los Charles Chaplin, Buster Keaton, Ernst Lubitsch, Leo McCarey, Preston Sturges o Billy Wilder, el dúo Tashlin-Lewis también forma parte de la historia de la comedia hollywoodiense, siendo Lío en los grandes almacenes (Who's Minding the Store?, 1963) una de sus grandes aportaciones al género de la risa.


En su inicio, el film destaca por la original presentación de Norman Phiffier (
Jerry Lewis), el protagonista a quien se accede a través de los informes de los detectives contratados por la señora Tuttle (Agnes Moorehead), la dominante dueña de una importante cadena de grandes almacenes y madre de Bárbara (Jill St. John), que es novia del joven despistado e inocente a quien se ha grabado sin su conocimiento. En ese instante inicial, mientras uno de los detectives comenta la personalidad del sujeto en quien se centra la filmación casera, se accede al carácter de la señora Tuttle, al de Barbara (sin necesidad de que esté presente) e incluso al del señor Tuttle (John McGiver), cuando asoma por la puerta del despacho de su esposa y ella lo humilla sin el menor miramiento. La personalidad de la acaudalada no esconde sus rasgos dominantes y manipuladores, pues trata a cuantos la rodean como seres inferiores a quienes en todo momento controla y amedrenta, quizá por ello no llama la atención que ponga en práctica un plan maquiavélico con el que pretende impedir que su hija se case con semejante espécimen. Para llevar a cabo su proyecto necesita la colaboración del solícito señor Quimby (Ray Walston), el gerente a quien ordena (ella nunca pide) que emplee a Norman en la superficie comercial donde trabaja Barbara (que pretende mantenerse alejada de cuanto significa su madre) y que le encargue las tareas más duras, de modo que renuncie al empleo y así su hija comprenda que su enamorado no es más que un infeliz y un fracasado.


Pero, contra todo pronóstico, el personaje de Lewis triunfa sobre la adversidad sin darse cuenta de la misma; siempre lo hace, porque su interpretación del entorno difiere, así como su intención de encajar dentro del orden que desordena —pues
 en realidad rechaza tal posibilidad. La estancia del joven en los almacenes es una constante sucesión de divertidos gags que se inician con la famosa secuencia de “la maquina de escribir” y concluyen con una excelente tempestad creada por una voraz aspiradora que semeja poseer vida propia. Durante estos dos momentos se suceden las escenas cómicas en las que prevalece la torpeza de Norman, pero también su afán de superación y su empeño por demostrar que puede conseguir ser dueño de su existencia (y de su relación sentimental), actitud que acaba contagiando al señor Tuttle en su particular revolución matrimonial.

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