lunes, 25 de noviembre de 2013

Los jueves, milagro (1957)


Aunque en la España de la dictadura franquista no existió un movimiento cinematográfico de carácter realista ni social, sí hubo directores y guionistas que agudizaron el ingenio para mostrar parte de los defectos, efectos y afectos de una sociedad dominada por la carestía, la religiosidad y por una ideología nada proclive a permitir que sus miserias saliesen a relucir en la pantalla. Sin embargo, la censura no supo o no pudo impedir que cineastas como Luis García Berlanga afinasen su puntería crítica y su sana ironía en comedias en las que satirizaron con alegría y lucidez, y dosis de entrañable “mala leche”, la realidad de un país condicionado por su presente, entre el encierro en sí mismo y la necesidad de evolución. Dentro de este marco espacio-temporal, donde confluyen tradición, doble moralidad, humor y picaresca, se descubre a los representantes de las fuerzas vivas de Fontecilla, antaño localidad orgullosa de sus aguas medicinales, pero en el presente de Los jueves, milagro (1957) desolada ante la falta de visitantes. Esta precaria situación afecta a la economía de los vecinos más influyentes del lugar, que, conscientes de la inutilidad de rezar, a la espera de que se produzca un milagro, deciden inventarse uno que atraiga en masa a los turistas, y el dinero que guardan en sus bolsillos, porque dinero es el objetivo perseguido por los honrados pilares de un pequeño pueblo que por momentos recuerda al Villar del Río de ¡Bienvenido, Mister Marshall! (1952).


Aunque en Fontecilla no hay espacio para la ilusión común que en Villar del Río genera la inminente llegada de los norteamericanos, debido a que los impulsores del "milagro" han caído en la cuenta de que su mal no lo remedian fuerzas externas ni celestiales, sino el uso de la inventiva y el aprovechamiento de la credulidad que observan en sus vecinos, sí existen ingenuos como aquellos inocentes que quisieron ver en el señor Marshall y en su plan económico a los Reyes Magos. En este aspecto, el cine de
Berlanga muestra una evolución en sus protagonistas, ya que en Los jueves, milagro estos se deciden a engañar porque prefieren llenar sus carteras con algo más eficaz y tangible que los sueños, lo que desvela su ambigüedad moral y la de los estamentos que representan. Convencidos de que su treta reavivará sus maltrechas economías, necesitan un santo que se aparezca ante algún mentecato que anuncie la iluminación al resto de vecinos. Por ello, a falta de uno real y debido a su parecido con la estatua de San Dimas, deciden que sea don José (José Isbert) quien se caracterice de aquel buen ladrón crucificado al lado de Jesús. Al menos don José puede protestar por su papel en la farsa, algo que a Mauro (Manuel Alexandre) se le niega porque él es el inocente testigo de la aparición del santo, ejecutada con todo tipo de detalles pirotécnicos y musicales. Tras el encuentro, el pobre desgraciado corre por las calles, pregonando a gritos su suerte, aunque la mayoría se muestra reticente a creer en sus palabras. Y ante tanto incrédulo, al sexteto no le queda otra que realizar una segunda aparición, que provoca el aumento considerable en el número de creyentes y el enfado del cura del pueblo (José Luis López Vázquez), que resulta ser el único que niega la posibilidad de un milagro. Pero todos los esfuerzos llevados a cabo por los hombres más respetados e importantes del pueblo se vienen abajo cuando en el lugar de los hechos se materializa un desconocido (Richard Basehart) que huye de la guardia civil. Martino, así dice llamarse este buen ladrón, tantea a cada uno de los implicados en el engaño, a quienes asusta por su perfecto conocimiento de los hechos, aunque pronto los calma al proponer un trato que no tarda en desconcertar a esos seis tunantes que pretendían aprovecharse de la ignorancia, necesidades y creencias que mueven a las masas hasta las aguas milagrosas de Fontecilla.

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