jueves, 5 de septiembre de 2013

Planeta Prohibido (1956)



La exploración de nuevos mundos es un tema que se ha desarrollado desde los albores de la ciencia-ficción cinematográfica. En Viaje a la Luna (1902), Georges Melies tomó como punto de partida a Julio Verne (De la Tierra a la Luna) y a H.G.Wells (Los primeros hombres en la Luna) para recrear la primera expedición espacial de celuloide. Posteriormente, siguiendo la estela del ilusionista francés, el aragonés Segundo Chomón sería otro de los pioneros del cine en lanzarse al espacio en Excursión a la LunaViaje a Júpiter o Viaje a Marte. También los daneses y los soviéticos llegarían hasta el planeta rojo en Viaje a Marte (Holger-Madsen, 1918) y Aelita (Iakov Protazagei Kozlovski, 1924). Y tres años después de la exploración rusa, Fritz Lang ofreció un nuevo ejemplo de alunizaje en La mujer en la Luna (1927). Pero en Hollywood los viajes espaciales solo despertaron el interés de los seriales cinematográficos, como los estrenados por la Universal durante la década de 1930, entre los que destacan Flash Gordon o Buck Rogers. Así pues, no fue hasta mediados del siglo veinte, en la puerta de entrada de la edad de oro del género, cuando en la meca del cine se descubren Con destino la Luna (Irving Pichel, 1950) y Cohete K-1 (Kurt Neumann, 1950), dos largometrajes que abren un periodo durante el cual prevalecen los films de extraterrestres (que llegan al planeta Tierra) sobre las películas de exploraciones galácticas. Entre estas últimas destaca por derecho propio Planeta prohibido (Forbidden Planet, 1956), un film que sentó algunas de las bases de las space operas. Sus logros técnicos y su profundidad, a la hora de abordar la historia, antecede a la madurez y brillantez expuesta por 
Stanley Kubrick en 2001, Una odisea del espacio (2001, A Space Odyssey; 1969). Con mayores limitaciones técnicas que la producción de Kubrick, aunque más holgada que la mayoría de los largometrajes de ciencia-ficción de la época, esta excelente muestra de la ficción científica influyó en otras odiseas interestelares que le siguieron en el tiempo, como sería el caso de Star Trek (la serie) o Star Wars. Además, la película se desmarca de la tendencia dominante durante aquellos primeros años de la Guerra Fría, al dejar a un lado las cuestiones políticas, como la amenaza soviética y la caza de brujas, para lanzarse de lleno a la exploración de otros mundos, aunque, en realidad, se trata de un viaje al interior del ser humano que encontró su inspiración en el drama shakesperiano La tempestad.


Con semejante origen se comprende que la aventura galáctica dirigida por
Fred M. Wilcox muestre emociones tan humanas como el miedo, el rechazo, el amor o el sacrificio que se suceden a lo largo de la reflexión que plantea, un intento por indagar en el pensamiento humano, generador de lo bueno y lo malo que habita en cada individuo y en su entorno. Esta cuestión forma parte de los descubrimientos que J. J. Adams (Leslie Nielsen), comandante al mando de la nave de la Confederación, comprueba durante su estancia en Altair 4, planeta sobre el que desciende, tras desoír las advertencias que suenan a través del comunicador de su nave. El comandante decide hacer caso omiso a la extraña voz porque se ciñe a cumplir la misión que le han encomendado, y que consiste en investigar qué ocurrió con el equipo enviado veinte años atrás. Sobre la superficie altairiana destaca la presencia de Robby, el robot, que acepta como principio fundamental el no herir al ser humano, y que se convertiría en uno de los iconos del género, quizá por su diseño o puede que por ser capaz de elaborar bebidas alcohólicas o levantar toneladas sin el menor esfuerzo. Este ser de metal pertenece al profesor Morbius (Walter Pidgeon), el único superviviente de aquella expedición que desapareció misteriosamente. El científico les habla del peligro que corren, y del funesto destino sufrido por sus compañeros, todos muertos como consecuencia de los extraños fenómenos que se repiten en el presente, durante el cual Morbius no muestra le menor entusiasmo por la presencia de nuevos vecinos, y menos aún si esa presencia implica la posibilidad de regresar a la Tierra. Él no desea abandonar su hogar, allí se encuentra perfectamente instalado en compañía de su fiel Robby y de su hija Altaira (Anne Francis), la primera humana oriunda del planeta y cuya inocencia choca con las personalidades de los restantes personajes, incluida la conservadora del comandante, que divide su tiempo en conquistarla y en sospechar de la existencia de algún secreto que el científico no desea desvelar. Aparte de su profundidad narrativa, Planeta prohibido contiene numerosos aciertos visuales, como la recreación del interior de la nave o el monstruo que ataca sin dejarse ver, pero que deja sentir su presencia en el perímetro que se ha levantado en torno al campamento de los expedicionarios.



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