miércoles, 31 de julio de 2013

La Tierra contra los platillos volantes (1956)


La ciencia-ficción esconde realidades de su momento, del mismo modo que especula con posibilidades que podrían ser pero que todavía no son (y puede que nunca sean). Estos dos hechos se descubren en La Tierra contra los platillos volantes (The Earth vs. Flying Saucers, 1956), ya que en ella se baraja la posibilidad de un enfrentamiento directo entre dos mundos, en este caso: una invasión a La Tierra, que sea extraterrestre o terrestre sería algo menos importante, pues, por aquellos años cincuenta, la amenaza para los países capitalistas parecía provenir del otro lado del telón de acero, cuyos habitantes no eran verdes, sino rojos. Fuese como fuere, en La Tierra contra los platillos volantes esos invasores no provienen ni de la Unión Soviética ni de Marte, sino de un sistema solar muerto tiempo atrás, hecho que en principio nadie cree, aunque tampoco nadie ha podido demostrar su inexistencia, de modo que resulta arriesgado y
 simplista aseverar que la vida es exclusividad de un pequeño planeta de una galaxia que forma parte de un conjunto que se ha denominado Universo. También resultaría simplificador pensar que de existir alguna forma de vida exterior, ésta no tenga nada mejor que hacer que presentarse así por las buenas y enzarzarse en una disputa con la raza humana o en una charla amigable sobre la familia, los gustos o aficiones que predominan en su entorno natural. Ambas posturas podrían ser, del mismo modo que podrían no ser, así pues, ante la falta de evidencias concluyentes, los científicos, los militares y los políticos del film dirigido por Fred F. Siers, e ideado por Curt Siodmak, se decantan por no creer en algo que no han visto. Y sin embargo, esos mismos escépticos desarrollan un proyecto secreto denominado Sky Hook, que consiste en la puesta en órbita de cohetes para obtener información de posibles movimientos fuera de la atmósfera, pero con la mala fortuna de que se destruyen al cabo de poco tiempo en el espacio. Aunque los responsables del programa no encuentran explicación para el fracaso, éste se debe a la presencia de algún tipo de extraterrestre de la ciencia-ficción que proliferó a lo largo de los años cincuenta, cuando los contactos entre terrícolas y habitantes de otros lares se produjeron de manera habitual; y casi siempre desde la violencia, con excepciones tan destacadas como El ser del planeta X (Edgar G. Ulmer, 1951) o Ultimátum a la Tierra (Robert Wise, 1951).


La trama de La Tierra contra los platillos volantes es sencilla. Presenta un enfrentamiento entre los habitantes del globo azul y los tripulantes de unas naves que no vienen del planeta rojo, y que inicialmente se dejan ver para contactar con el doctor Russell Marvin (Hugh Marlowe) cuando conduce su automóvil en compañía de su mujer (Joan Taylor). Sin embargo, el matrimonio no se percata de las intenciones de los visitantes, cuestión que impide descifrar el mensaje de unos alienígenas que aterrizan en las instalaciones secretas donde trabaja el científico. Allí, los soldados no dudan ni un segundo en abrir fuego contra los tripulantes del platillo volante, que ante el ataque destruyen todo cuanto se encuentra a su paso, empleando para ello un armamento que supera con creces al humano, y que recuerda al que años después utilizarán los marcianos de Mars Attacks! (Tim Burton, 1996). En principio nadie puede asegurar que la catástrofe haya sido obra de seres venidos de otros confines del espacio, sin embargo, los Marvin sobreviven al ataque y descubren la evidencia que demuestra la existencia de vida más allá de la atmósfera. Dicha certeza les obliga a presentarse en el Pentágono, donde Russell se reúne con jefes militares y consejeros del gobierno que muestran sus dudas antes de aceptar como válida la existencia de extraterrestres que piden una reunión con el científico, quien en contra de las órdenes acude al lugar del encuentro, donde descubre que los visitantes desean conferenciar con los líderes del planeta para informarles de su intención de quedarse. Y ante tal eventualidad, la posibilidad de amistad queda descartada, de modo que el doctor y otros científicos se centran en el desarrollo de un arma que pueda combatir a ese enemigo que desea adueñarse del globo.

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