martes, 23 de julio de 2013

Cuando los mundos chocan (1951)


Ni invasores extraterrestres ni bichos gigantescos, la catástrofe que amenaza a la raza humana en Cuando los mundos chocan (When Worlds Collide, 1951) se presenta en forma de dos cuerpos celestes que se dirigen directamente hacia la Tierra, adelantándose de ese modo a otras producciones de esta índole como serían las menos simpáticas Meteoro (Ronald Neame, 1979), Armageddon (Michael Bay, 1998) o Deep Impact (Mini Leder, 1998). Los máximos responsables de ofrecer el fin del mundo a través de este clásico de ciencia-ficción de serie B fueron el guionista Sydney Boehm, el productor y director George Pal y Rudolph Maté, prestigioso director de fotografía reconvertido en realizador, encargado de filmar la tensión que mana de la certeza de saber que el final del planeta es una realidad que nadie puede evitar, ni siquiera ese héroe que, por dinero, asume
 la misión de transportar los documentos secretos que constatan la trágica realidad. A pesar de sus palabras iniciales, cuando se comprende que acepta el trabajo exclusivamente por dinero, David Randall (Richard Derr) muestra en dos ocasiones puntuales que se trata de un hombre de principios: rechaza la suculenta oferta de un periódico por la venta de los papeles que custodia, y cuyo contenido desconoce, y posteriormente rehúsa ocupar su puesto en la nave, porque considera que existen otros que lo merecen más que él. De ese modo se descubre que Randall antepone su ética a los dólares, incluso al amor que surge entre él y Joyce Hendron (Barbara Rush) mientras el mundo se sume en un caos de destrucción, donde terremotos, maremotos, volcanes y demás cataclismos habidos y por haber destruyen las ciudades costeras como Nueva York, anegada por las aguas del Atlántico tras el paso del planeta que orbita alrededor de la estrella que se aproxima. Nadie niega la existencia de los dos astros, no obstante los expertos rechazan la teoría del doctor Hendron (Larry Keating), cuando éste expone que Bellus destrozará el planeta, y con él a todos sus moradores. Los científicos y políticos reunidos en la sala de la ONU pasan por alto la certeza de que si una estrella se acercase a la Tierra no sería necesario que chocase con el planeta para acabar con cualquier tipo de vida. Sin embargo, dejando a un lado las licencias cinematográficas, el incremento insostenible de temperaturas, los incendios, las explosiones, la muerte o la destrucción inherentes a la proximidad del astro, habría que decir en favor de Hendron que es uno de los pocos iluminados que defienden la postura de que todo se acaba, y que solo existe la remota posibilidad de que Zyra presente condiciones atmosféricas similares a las terrestres. Cuando los mundos chocan (When Worlds Collide) alude en su primer minuto a Noé, aquél personaje bíblico que asumió la tarea de dar forma a un arca similar a la que se propone construir Hendron para alcanzar ese nuevo mundo cuando la estrella choque con el antiguo. En la nave espacial viajarían algunas de las especies animales y vegetales terrestres, pero en una situación de estas características se presenta la disyuntiva de quiénes serán los elegidos humanos, elección que resulta injusta, incluso aberrante, pues solo cuarenta de los seiscientos que trabajan en la construcción del aparato podrán subir a él. Stanton (John Hoyt), el magnate condenado a permanecer en su silla de ruedas, es uno de los afortunados, aunque no responde al perfil que se busca, sin embargo, compra su pasaje a cambio del dinero que resta para llevar a cabo el proyecto, y de ese modo se aferra a la idea de salvar su vida, ya que de otra forma no se le permitiría su presencia en una lanzadera en la que todos los demás parecen responder a un requisito físico que se antoja un tanto discriminatorio (todos son jóvenes, saludables y blancos). En el personaje del millonario se refleja el instinto de supervivencia de la raza humana, que se antepone a cualquier otra circunstancia, además no duda en expresar su convencimiento de que cualquiera estaría dispuesto a matar para salvarse, cuestión que se confirma poco antes de la inminente colisión, aunque el trío protagonista rebata sus palabras sacando a relucir en determinados momentos el lado positivo de la especie, como sucede cuando Tony Drake (Peter Hansen), el antiguo novio de Joyce, demuestra un altruismo que choca con sus deseos, pero ¿haría lo mismo si de ello dependiese su puesto en la nave?

No hay comentarios:

Publicar un comentario