martes, 25 de junio de 2013

¡Qué sinvergüenzas son los hombres! (1932)


Además de ser una comedia romántica de gran éxito en su momento, 
¡Qué sinvergüenzas son los hombres! (Gli uomini, che mascalzoni!, 1932) posee el interés añadido de ser la película que lanzó a la fama a Vittorio de Sica, convirtiéndolo en uno de los galanes más destacados de la cinematografía italiana de la época anterior a la Segunda Guerra Mundial. En este clásico de la comedia transalpina de inicios de los años treinta se distinguen tres partes, aquéllas en las que posteriormente se dividirían un sin fin de largometrajes similares en los que chico y chica se conocen, se enamoran, sufren algún imprevisto que les separa y finalmente descubren que el amor sale victorioso. Estas tres etapas en el triunfo del amor se descubren en la relación de Mariusccia (Lia Franca) y Bruno (Vittorio de Sica), dos jóvenes que se conocen por casualidad, y que no tardan en pasar una velada romántica en un idílico entorno donde profundizan en aspectos que no asoman en la pantalla, pero que quedan sobreentendidos. Después del instante íntimo, la pareja se muestra feliz por una carretera en la que se detienen para recuperar fuerzas, sin saber que en ese restaurante la mala fortuna les aguarda. Bruno, que ha tomado prestado el coche de sus patrones, se encuentra inesperadamente con su jefa, quien le ordena que la lleve a casa al observar que el vehículo que supuestamente se encontraba averiado ya ha sido reparado, cuestión ésta que crea la ruptura en la pareja recién formada, pues los imprevistos provocan que Bruno no se presente a recoger a Mariusccia, quien sin saber qué sucede aguarda desencantada en la terraza del local. La segunda parte de ¡Qué sinvergüenzas son los hombres! expone la situación de rechazo que nace de la rabia que domina a la joven cuando se convence de que ha sido utilizada, por eso no permite que el chófer, ahora desempleado, se explique, hecho que provoca el enfado de aquél, que alcanza su punto máximo cuando por casualidad se vuelven a encontrar tiempo después y ella le da celos con su nuevo patrón. Las secuencias de Bruno abriendo la taquilla de correos en busca de una carta de empleo resulta una excelente muestra del paso del tiempo y de como exponer una situación, su despido y su infructuosa búsqueda de empleo, sin necesidad de mostrar nada más. Visto hoy, el film de Mario Camerini podría pasar como una comedia más, sin embargo hay que tener en cuenta su época de rodaje, cuando el sonoro acababa de imponerse al cine mudo y se estaban gestando las características de la comedia moderna, y éste largometraje aportó su grano de arena, además de ser el espaldarazo definitivo a la carrera de un joven actor que se convertiría en uno de los grandes directores de la cinematografía italiana, pues años después De Sica sería uno de los responsables del esplendor del neorrealismo.

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