miércoles, 12 de junio de 2013

La balada de Cable Hogue (1970)


Cable Hogue (Jason Robards) es un individuo fuera de tiempo, incapaz de alejarse del espacio donde sus dos socios lo abandonan al inicio de su balada. Más adelante, el reverendo Joshua (David Warner) lo define como un hombre ni bueno ni malo, simplemente un hombre, pero, lo que el predicador no expresa, al menos no con palabras, es que Hogue no puede adaptarse a la modernidad que amenaza con imponerse en el oeste, y solo cuando permanece en el desierto el protagonista de esta historia puede existir, aunque condicionado por la idea de venganza que nunca lo abandona, por un amor incapaz de existir más allá de la aridez y por la alargada sombra del progreso que se desarrolla imparable. Pero esta canción al solitario desarraigado, ni atrajo al público ni convenció a la crítica, que esperarían, tras el éxito de Grupo salvaje (The Wild Bunch), un western crepuscular similar en violencia, sin embargo Sam Peckinpah se decantó por un cambio en su mirada a personajes marginales, o marginados por su negativa a pertenecer a una sociedad que les rechaza y rechazan. La perspectiva escogida por Peckinpah potencia su discurso poético al tiempo que confirma a La balada de Cable Hogue (The Ballad of Cable Hogue) como su obra más intimista, cómica e incomprendida, esto último debido a esa misma intimidad que prevalece a la hora de ahondar en los sentimientos de Hogue, a quien, desde el primer momento, Peckinpah muestra solitario, poco dado a exteriorizar emociones, como demuestra su deambular por el desierto donde sus socios lo abandonan a su suerte, quizá porque, desde el primer momento, sea consciente de que la muerte le concede un tiempo prestado que no puede ir más allá de los límites del espacio moribundo en el que se asienta tras encontrar agua donde no debía haberla. En ese lugar el antihéroe inicia su nueva etapa existencial, aunque siempre a la espera de consumar su venganza, apartado de un mundo con el que no se identifica. Al contrario que aquellos con quienes logra conectar en algún momento del film, él no puede abandonar ese desierto, salvo por un instante, cuando se acerca hasta la ciudad para registrar su propiedad. La balada de Cable Hogue se presenta desde el humor, la sencillez y la intimidad que relegan a la violencia a un plano secundario (esta apenas cobra protagonismo), de ese modo cobra fuerza la reflexión sobre el individuo y las ideas que condicionan su comportamiento. A pesar de ser un solitario, Cable logra intimar con dos personas que inicialmente resultan tan marginales como él: Joshua, cuya congregación se reduce a sí mismo, le ayuda a construir la posta antes de abandonar el desierto para buscar un nuevo horizonte, e Hildy (Stella Stevens), la prostituta que anhela un comienzo que hasta entonces se le ha negado por su condición. Pero, al contrario que les sucede a sus amigos, Cable no tiene acceso a ese nuevo espacio donde se impone el progreso, obligado a permanecer imperturbable en su apeadero, donde comparte unos breves e intensos instantes de amor con Hildy, quien, ante la imposibilidad de convencerlo para que la acompañe, desaparece de su vida durante los tres años que se omiten mediante una elipsis que nos vuelve a mostrar a Cable, ahora enriquecido y dominado por la nostalgia que le produce la ausencia de aquella a quien ama, pues en ella había encontrado a la única persona a quien mostrar emociones y su manera de entender un mundo condenado a desaparecer.

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