miércoles, 19 de junio de 2013

Agente especial (1955)



Por títulos como
Relato criminal, El demonio de las armas o Agente especial, Joseph H. Lewis merece un puesto destacado entre los grandes del cine negro, y también de la serie B; sin embargo, este excelente cineasta realizó muchas otras magníficas películas, por ejemplo sus westerns de bajo presupuesto El séptimo de caballería o Terror en una ciudad de Texas, o Mi nombre es Julia Ross, en la que también demostró maestría para el thriller psicológico. Lewis concluyó sus días profesionales en la televisión, pero antes de que esto ocurriese, su terreno sería la serie B, en la que desarrollaría la práctica totalidad de su carrera, manejando escasos presupuestos y condicionado por el tiempo de rodaje, aunque siempre pensando en la calidad de sus films. Agente especial (The Big Combo, 1955) no es una excepción, más bien es la confirmación de un estilo preciso y contundente, sin tiempo para las florituras ni las sensiblerías. Es un film negro, directo y violento, que confiere imagen y sonido al guion de Philip Yordan, y se presenta desde una atmósfera enrarecida donde una joven, Susan (Jean Wallace), pretende escapar de dos matones que la acorralan y la devuelven al lugar donde no quiere estar. No tarda en comprenderse que se trata de una historia de amor imposible, aunque distinta a la expuesta en El demonio de las armas, pues esta se desarrolla en los bajos fondos entre un teniente de policía, Diamond (Cornel Wilde), y esa chica del gángster a quien Diamond desea atrapar, no porque Brown (Richard Conte) sea el jefe del hampa, sino por su obsesión por recuperar a la mujer de la que está enamorado.


En su primera imagen, ante un boxeador, Brown expone su filosofía, aquélla que le ha permitido escalar hasta lo más alto dentro de la criminalidad; por sus palabras se comprende que odia a sus enemigos hasta el punto de no tener ningún tipo de reparos a la hora de acabar con ellos, pues esa sería la única manera que conoce para sobrevivir y triunfar en un mundo brutal como el que habita. La aparente facilidad con la que
Joseph H. Lewis manejó la narración resulta un alarde de precisión fatalista y violenta, porque tanto la fatalidad como la violencia surgen de ese entorno criminal por donde Diamond se sumerge para acabar con su rival, un hombre que muestra una predisposición innata hacia el uso de la fuerza bruta como demuestra en varias escenas que destacan por su contundencia, su originalidad y su brutalidad. La tortura a la que Brown y sus hombres someten al policía se me antoja magnífica; no le golpean (al menos no desde que el hampón entra en escena), tan solo se valen del audífono de su mano derecha, McClure (Brian Donlevy), del oído de Diamond y de un aparato de radio en el que suena un solo de batería; de igual modo, ese mismo aparato auditivo será empleado por el gángster en una secuencia posterior, cuando vuelve a dar rienda suela a la frialdad de la que hace gala; en ese instante, extrae el aparato de la oreja de McClure para que aquél no pueda escuchar las balas que acribillarán su cuerpo, otra escena que destaca por su violencia sería aquélla en la que Rita (Helene Stanton), la corista enamorada del policía, muere en la oscuridad de un cuarto donde aguarda la llegada del hombre que no puede amarla. Sin duda, Agente especial es un fantástico ejemplo de cine negro pesimista y obsesivo, que fluye a la perfección sin necesidad de forzar aspectos de los personajes, pues éstos se presentan tal y como son, condicionados por el entorno y por las obsesiones que marcan sus personalidades y el devenir de los hechos.

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