martes, 21 de mayo de 2013

¡Agáchate, maldito! (1971)


Con su trilogía del dolar y con Hasta que llegó su hora (C'era una volta il west, 1968), Sergio Leone se ganó la admiración de muchos, sin embargo, ¡Agáchate, maldito! (Giu la testa, 1971) no colmó las expectativas creadas; y su fracaso produjo el largo retiro de un realizador que regresaría y se despediría de la dirección en 1984, cuando estrenó una obra maestra de la dimensión de Erase una vez en América (Once Upon a Time in America, 1984). Podría decirse que ¡Ágachate, maldito! fue un intentó fallido por completar parte de su personal visión del oeste cinematográfico que se descubre en su obra fílmica, repleto de personajes inolvidables que poseen mayor interés que los moradores de este film, inferior a sus anteriores westerns, habitados aquéllos por villanos y antihéroes que comparten un espacio donde, a menudo, se igualan en su modo de actuar, cuestión ésta que no se observa ni en Juan (Rod Steiger), ni en Sean (James Coburn), ni en los exagerados personajes con quienes se encuentran en su deambular por un México en plena revuelta civil. Juan se muestra como la caricatura de un bandido condenado al fracaso, rodeado de su prole y convencido de que la revolución no es sino un gesto inútil que conlleva el sacrificio de los desheredados como él, pues, para él, la revuelta no implica la disminución de las diferencias sociales que le afectan, ya que éstas se perpetúan sin que los suyos puedan aspirar a la utópica promesa de mejora. Su postura le convierte en un descreído a quien únicamente le importa mantener unido a su ejército de hijos, mientras sobrevive gracias a pequeños hurtos a la espera de ver cumplido su sueño de asaltar el banco de Mesa Verde, posibilidad que acaricia cuando, por casualidad, conoce a un motorista que resulta ser un experto en el uso de explosivos. Juan y Sean inician su relación oponiendo sus peculiares maneras de ser, y aquí Leone prefirió que fuese la supuesta comicidad y complicidad de estos dos personajes las que introdujesen al espectador en el entorno revolucionario donde ambos se involucran, a pesar de que el primero no desee formar parte del mismo. pues Sean parece guiarle hacia donde aquél no quiere ir. El irlandés se encarga del aprendizaje de juan (su toma de conciencia) al tiempo que busca su propia redención, aquella que aplaque el dolor y la culpabilidad que trae consigo. Mediante breves flashbacks se descubre la participación de Sean en otra revolución, en su Irlanda natal, la misma que creó el desencanto y el arrepentimiento con el que se presenta en esa tierra árida por donde comparte espacio, amistad y destino con un delincuente víctima de las circunstancias que acabarán convirtiéndole en aquéllo que no desea: un héroe de la revolución.

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