miércoles, 6 de marzo de 2013

Una mujer de París (1923)


Antes de entrar en detalles sobre la película que significó el primer fracaso comercial de Charles Chaplin, lo mejor sería situarla; y ya si lo hiciese René Clair sería lo máximo, al menos mucho mejor de lo que pudiese expresar alguien como yo.
 Admirador confeso de Chaplin, Clair decía, allá por 1970, lo siguiente: <<En 1921, escribía Louis Delluc: “Nos da la impresión de que Chaplin, al evolucionar de una manera vertiginosa, nunca será aburrido. Lo más que podemos esperar es que haga alguna obra trágica.” Esa “alguna obra trágica” prevista por Delluc, se mezcló audazmente con la comedia en “Una mujer de París”, realizada en 1923, cuatro años antes de la llegada del “sonoro”. Podemos lamentar que algunos grandes films mudos hayan llegado demasiado pronto y que no se hayan podido beneficiar de la aportación del sonido y de la palabra. La “Juana de Arco”, de Dreyer, es uno de ellos, al igual que “Una mujer de París”. Quizás porque este último era una comedia dramática y entonces la palabra no habría añadido a lo puramente cómico del mismo autor. ¿Cómo hacer comprender hoy la revolución que significó “Una mujer de París”, cuando resulta que su influencia se ha esparcido en tantos films posteriores? Lubitsch fue el primer beneficiario de esa influencia. Podemos decir que no hay uno solo, sino dos Lubitsch: antes y después de la aparición de “Una mujer de París”. La obra maestra de Chaplin creó un estilo del que se inspiró Lubitsch y cuya huella encontramos en sus mejores comedias.>> Un alumno aventajado del director berlinés, Billy Wilder, afirmaba a Cameron Crowe que la principal influencia de Lubitsch, la que cambió su modo de ver y de hacer cine, fue Erotikon, filmada en 1920 por Mauritz Stiller. Pero sigamos con Clair, que de cine supo, hizo y vivió mucho, siendo, como los nombrados arriba, otro de los grandes de la pantalla: <<Esto no significa minusvalorar al autor de “Trouble in Paradise”. No hay que tener vergüenza de tener maestros. Creerse exento de toda influencia es el privilegio de los ignorantes. Cuántos logros agradables y cuánta ciencia de la comedia hay desde “El abanico de lady Windermere” a “To be or not to be”.>> (1) Pero basta del genial Lubitsch y de desviarme del tema…


<<Para evitar cualquier malentendido, deseo anunciar que no aparezco en esta película. Es el primer drama serio que escribo y dirijo>>. Por primera y única vez, Charles Chaplin realizó un drama en el que no hubo espacio para el humor ni la sátira, aunque Una mujer de París (A Woman of Paris, 1923) guarda otras excepciones dentro de la filmografía del genial cineasta británico. Una de ellas sería su ausencia de la pantalla (salvo su cameo como mozo de estación), además también fue su primera producción para la compañía cinematográfica United Artists, fundada cuatro años antes junto a sus socios Douglas Fairnbanks, Mary Pickford y David Wark Griffith. Pero, sobre todo, este magistral largometraje destaca por la sutileza, la sinceridad y la carga psicológica y emocional de sus imágenes, incomprendidas en su momento por un público que aguardaba ver al cómico y no al creador, personal y sensible, capaz de ahondar con su cámara en emociones y sensaciones que iban más allá de su evidente capacidad de hacer reír. <<Ha pasado más de un cuarto de siglo desde que Chaplin realizara esta obra; un cuarto de siglo en el que se concibieron y se realizaron unos quince mil films, y, aún hoy, Una mujer en París es de una originalidad extraordinaria.>> (2) Las palabras de Clair son certeras respecto a Una mujer de París, al ser este uno de los grandes logros de Chaplin, valiente en su decisión de dirigir un melodrama en el que la comicidad deja su lugar a la sutileza, a la naturalidad y a la modernidad de un genio que dos años después reconquistaría al público al encarnar a su vagabundo en La quimera del oro (The Golden Rush, 1925). <<Una mujer de París no conoció un éxito comparable al que lograron los demás films de Chaplin, pero el cine mudo americano encontró su renovación en este fracaso...>> (3) Tampoco resulta difícil aceptar como válida esta segunda afirmación de Clair, si se tiene en cuenta que el artífice de Luces de ciudad (City Lights, 1931), que se adelantó a su época al ofrecer un tono novedoso, amargo y realista que interioriza en personajes como Marie (Edna Purviance) y Jean (Carl Miller) al tiempo que exterioriza sus emociones, sin necesidad de ser forzadas o explicadas mediante rótulos que no podrían capar ni transmitir soledad, decepción, deseo o duda, puesto que dichas sensaciones fluyen de forma natural cuando sus caminos se separan o cuando el destino les depara su reencuentro, en un instante y en un lugar donde el amor del pasado semeja no tener cabida.


Al principio de su relación se observa a los dos enamorados planteándose contraer matrimonio, pero su intención choca con la actitud del padre de la chica (
Clareance Geldart), que no permite que su hija regrese a casa cuando la descubre en compañía de Jean, quien, en su inocencia, afirma que sus progenitores se mostraran más comprensivos, aunque no tarda en descubrir su equivocación. Repudiados por los suyos, deciden viajar a París para iniciar una vida en común que se ve impedida por el fallecimiento repentino del padre del muchacho (Charles French). Marie no llega a descubrir el por qué de la ausencia de su pareja y parte hacia la capital francesa convencida del desengaño amoroso y de la soledad que se descubre en su rostro, gracias a los aciertos visuales que profundizan en sus sentimientos sin necesidad de diálogos ni intertítulos. Un rótulo explicativo indica el transcurso de un año y traslada la historia a un nuevo presente, durante el cual se descubre a la joven viviendo entre lujos, diversión y fiestas, a las que acude acompañada por su amante (Adolphe Menjou), un millonario que no tarda en casarse con otra mujer, aunque continúa manteniendo relaciones con ella. Su pasado y su presente han marcado su existencia, una que vida que no la llena, pero que acepta hasta que una casualidad provoca su reencuentro con Jean en un momento agridulce porque, en ese instante de explicaciones por aquella ausencia no deseada, ambos comprenden que todavía existe un lazo que les une y crece, aunque parece imposible materializar, sobre todo, debido a que Jean es incapaz de enfrentarse a los prejuicios maternos y a que Marie se debate entre aquel a quien ama y el lujo al que se ha acostumbrado al lado de su amante parisino.


(1) (2) (3) René Clair: “Cine de ayer, cine de hoy”.

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