sábado, 19 de enero de 2013

París, bajos fondos (1952)



En los primeros compases de París, bajos fondos (Casque d'Or, 1952) se deja notar cierta influencia de Una partida de campo (Une partie de campagne; 1936), cuando los personajes acuden a pasar el día en un entorno fluvial alejado de la cotidianidad parisina de la Belle Epoque. La explicación de esta similitud se encuentra en el aprendizaje de Jacques Becker como asistente de dirección de Jean Renoir en títulos como el citado o Boudu, salvado de las aguas (1932), Los bajos fondos (Les bas-fonds; 1936) o La gran ilusión (La grande illusion; 1937). No obstante, a estas alturas, no es ningún descubrimiento ni una osadía afirmar que Becker fue uno de los cineastas más destacados y personales del cine francés del periodo que abarca desde la posguerra hasta la irrupción de la Nouvelle Vague, un realizador capaz de detallar de manera sencilla y minuciosa la intimidad de sus personajes y del ambiente que, en este caso concreto, imposibilita los dos ejes que vertebran a esta poética película: el amor y la amistad, pero desde la imposibilidad que parece perseguir a sus protagonistas. A pesar de desarrollarse dentro de un espacio marcado por la delincuencia que prima en los personajes, a Becker no le interesó profundizar en los entresijos de los hampones y sí mostrar los sentimientos y los comportamientos de seres contradictorios que se ven obligados a vivir en la tragedia que nace a raíz del encuentro entre Marie (Simone Signoret), conocida como Casque d'Or, y Manda (Serge Reggiani) cuando, por casualidad, uno de los acompañantes de la primera, Raymond (Raymond Bussières), se reencuentra con aquel y realiza las presentaciones. Desde el instante en el que Marie y Manda comparten un baile en el café del parque, el destino de ambos se une en un amor condenado de antemano, como se descubre durante la trágica sucesión de hechos que se producen después de que el personaje interpretado por Reggiani conozca a Felix Lecca (Claude Dauphin), el líder de la banda de rateros de la que Raymond forma parte. En todo momento Felix se muestra seguro de sí mismo, convencido de su superioridad dentro del medio delictivo donde ha alcanzado la cumbre. Aunque su comportamiento refinado no puede esconder ni su vileza ni su amoralidad, sí logra engañar al inspector Giuliani (Paul Barge), a quien manipula para conseguir a Marie, su objeto de deseo y su obsesión, ya que ella se niega a ser suya, lo cual genera la idea de la traición que Lecca asume como la solución más efectiva para alcanzar su fin, consciente de que si pretende conseguir a la joven debe provocar la caída del silencioso Manda, a quien siempre se observa rodeado de un aura trágica de la que no puede desprenderse, la misma que lo obliga a elegir entre el amor (que implica permanecer oculto al lado de Casque d'Or) y la amistad (salvar la vida de su viejo amigo cuando este es condenado tras la delación de Felix).

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