lunes, 21 de enero de 2013

Casco de acero (1951)


A pesar de las diversas interpretaciones ideológicas que se quisieron ver en Casco de acero (The Steel Helmet), el planteamiento realizado por Samuel Fuller no perseguía un discurso político, sino uno antropológico, ya que su interés residía en profundizar en el comportamiento de esos hombres atrapados y perdidos en el imprevisible infierno de la guerra, donde el enemigo, el amigo o una bala, puede presentarse en cualquier momento y lugar. Los soldados en las películas bélicas de Fuller no hacen alardes de heroicidad, ninguno de ellos es un héroe, circunstancia que se aprecia en cualquiera de sus películas dentro del género, ya sea esta, A bayoneta caladaInvasión en Birmania o Uno Rojo, división de choque; simplemente son hombres que ven morir a otros hombres, conscientes de que quieren y deben sobrevivir para no ser los siguientes en caer. El primer film bélico de Fuller se desarrolla durante la guerra de Corea, escenario también empleado en A bayoneta calada, con la que comparte otros aspectos comunes además de la ubicación espacio-temporal. En ambas producciones la acción se centra en un grupo de soldados cercado por miembros del ejercito norcoreano que o apenas se dejan ver o les superan en número, pero en sendos casos resultan letales. Además, en Casco de acero se observa una peculiaridad inusual para la época de su rodaje, ya que presenta una mezcolanza racial inexistente en otras producciones bélicas de aquellos años. Al inicio del film el sargento Zack (Gene Evans) se arrastra entre los restos de sus compañeros caídos; es el único que ha sobrevivido a un ataque que no se ha visto en pantalla. Sin tiempo para saber más acerca de él, se muestra el plano de unos pies que avanzan amenazantes hacia él, hasta que la cámara descubre que pertenecen a un niño surcoreano (William Chan), que desde ese instante le sigue a todas partes. El personaje principal interioriza su desencanto y su resentimiento, fruto de la crudeza de la guerra y como esta le afecta, por eso acepta a regañadientes la compañía del chico, consciente del riesgo que significa deambular por un espacio imprevisible y peligroso en el que ninguno de los dos debería estar. Tras ese primer encuentro se produce un segundo, cuando descubren al cabo Thompson (James Edwards), también único superviviente de su pelotón. El trío compuesto por el sargento, desaliñado, sucio y nada marcial, el muchacho oriental, que reza por su nuevo amigo, y el auxiliar médico afroamericano, igual de desencantado que Zack, no tarda en toparse con una patrulla perdida, comandada por el teniente Driscoll (Steve Brodie), entre cuyos hombres se encuentra el sargento Tanaka (Richard Loo), soldado de origen japonés a quien posteriormente el oficial norcoreano (Harold Fong) que hacen prisionero le hostiga preguntándole cómo es capaz de luchar al lado de quienes les han derrotado y humillado. La atmósfera bélica de esta producción de serie B se encuentra dominada por la niebla que cubre la jungla y por las sombras que habitan en el interior y exterior del recinto budista en el que se refugian a la espera de poder comunicarse con el resto de la tropa. Selva y templo se convierten en los escenarios exclusivos de una manera de rodar realista, efectiva y cruda, centrada en la figura de ese sargento veterano, individualista, hastiado de los oficiales incompetentes e incapaz de crear lazos afectivos con sus nuevos compañeros, algo normal teniendo en cuenta que es consciente del fin que les aguarda a la mayoría de ellos.

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