lunes, 17 de diciembre de 2012

La novia era él (1949)


La mayoría de las comedias de Howard Hawks presentan a la protagonista femenina como una mujer que trae de cabeza a su homólogo masculino, convertido éste en victima del carácter y del comportamiento de esa joven que provoca situaciones caóticas que desestabilizan la tranquila monotonía de individuos como el paleontólogo de La fiera de mi niña o el profesor de Bola de fuego. Dicha constante también se descubre en la primera parte de La novia era él (I Was a Male War Bride), durante la cual se desarrolla la lucha de sexos que surge dentro de una pareja de militares formada por el capitán francés Henri Rochard (Cary Grant) y la teniente americana Catherine Gates (Ann Sheridan). Ambos son conscientes de que detrás de su constante rechazo se esconde un sentimiento que se habría gestado en ese pasado al que se refieren antes de emprender el viaje hasta la localidad donde deben cumplir la misión que les ha sido encomendada. El recorrido presenta situaciones cómicas que rozan el humor absurdo, todas ellas destinadas a humillar a Rochard (permanece inmóvil en el interior de un sidecar que no va a ninguna parte o intenta mantener el equilibrio sobre la barrera de paso a nivel en la que se ha visto atrapado). El deambular de la pareja por la Alemania de la posguerra finaliza en un pequeño hotel donde pretenden descansar antes de llevar a cabo la misión, aunque el oficial francés no tarda en descubrir que para él echar una cabezada es un imposible. Atrapado en la habitación de Catherine se pasa toda la noche intentando encontrar la postura idónea para dormir sentado sobre una silla y, por si fuera poco, al día siguiente es arrestado por error; en definitiva, el capitán siempre recibe la peor parte, mientras que su compañera parece divertirse observando dichas humillaciones. Cumplido el cometido deciden casarse, hecho que provoca el comienzo de la segunda parte del film, durante la cual el enfrentamiento de sexos deja paso a la lucha contra la burocracia militar. Henri y Catherine hacen frente al numeroso papeleo que se les exige para poder celebrar su matrimonio, tras el cual pretenden pasar su noche de bodas en una intimidad que nunca se produce, pues la teniente recibe la orden de presentarse en el cuartel para la repatriación de su unidad. A partir de ese instante el sufrimiento de Henri aumenta, ya que al esfuerzo de no haber pegado ojo en varios días habría que sumarle el una boda que se celebra por triplicado y que le convierte a todos los efectos en cónyuge de personal militar femenino en viaje a Estados Unidos al amparo de la ley 721 del congreso. A pesar de que los papeles están en regla, y después de repetir su condición de esposa de guerra un millar de veces, este pobre recién licenciado del servicio, que ya no sabe si es él o ella, no encuentra una cama donde descansar su magullado cuerpo, y lo que es peor para él, no logra compartir la intimidad del lecho marital con su esposa, quien sí ha dormido y a quien se le ocurre la brillante idea de travestirle para que le permitan subir al barco que debe llevarles a los Estados Unidos, donde quizá Rochard pueda conciliar el sueño y compartir lecho con ella.

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