lunes, 24 de diciembre de 2012

Historias de la radio (1955)


La necesidad de dinero se desvela como el motor de los episodios que componen 
Historias de la radio, sin que en ninguno de ellos se profundice en los entresijos del mundo de las ondas a las que alude el film; a decir verdad, la radio solo es el nexo de unión y la excusa para desarrollar los capítulos que componen esta película que, si bien carece de la acidez de las comedias realizadas por Luis García Berlanga durante aquellos años, resulta una interesante muestra de la España de la época. El tono dulzón que se observa en la mayor parte de su metraje no impide descubrir la imagen de un país dominado por la tradición, evidentemente conservadora, donde la radio se había convertido en parte de las vidas diarias de una población que disfrutaba con los concursos, las radionovelas o los informativos marcados por los dictámenes de la época. Historias de la radio se divide en tres episodios que se enlazan mediante la relación personal de dos presentadores radiofónicos: Gabriel (Francisco Rabal) y Carmen (Margarita Andrey), cuya presencia resulta meramente testimonial, ya que apenas se hace un ligero esbozo de su situación. La primera historia, quizá la mejor y la menos condescendiente, se centra en un inventor (José Isbert) obligado a caracterizarse de esquimal, con trineo y perro incluido, para conseguir las tres mil pesetas que el concurso radiofónico piensa regalar al primer disfrazado que se presente en el estudio. Así pues, la idea del dinero y la necesidad mueven a este esquimal de pega, también son fundamentales para su determinación y su humillación, porque, si por él fuera, mandaría a paseo a la emisora y a esas galletas que de tanto publicitarse acaban por resultar empalagosas. Tras sufrir lo indecible, el lapón hispano logra su objetivo, pero con la mala fortuna de llegar segundo y descubrir que el premio acaba de ser entregado a un individuo que ha preferido la rapidez al estilismo polar. Aún así, después de que los presentes se rían a su costa, en un acto de generosidad, el presentador le entrega de su propio bolsillo la cantidad necesaria para que patente el pistón que ha desarrollado con la colaboración de su socio (José Orjas). Y así, felizmente, José Luis Sáenz de Heredia pasó al siguiente episodio, aunque no sin antes visitar de manera fugaz a los jóvenes enamorados. El segundo hecho descubre a un individuo (Ángel de Andrés) que duda en descolgar el teléfono, obviamente se comprende que no se trata del propietario de la casa, sino de un ladrón que se ha colado allí para robar, para qué si no. Éste caco por necesidad acaba contestando la llamada y escucha como el tal Gabriel le ofrece 2000 pesetas si se presenta en la emisora acreditando ser el propietario del inmueble, cuestión que le obliga a ir en busca del verdadero dueño (José María Lado) y proponerle que le acompañe al estudio. Por si fuera poco, resulta que el ladrón es inquilino de su víctima, y a su vez éste es verdugo de aquel, pues se muestra inflexible ante los problemas de ese hombre que se ha visto obligado a robar para pagar el alquiler; pero el poder del dinero hace amigos allí donde no hay más que ambición y el casero acepta la propuesta. Hacia la conclusión de la historia se descubre que ambos son tan buenos que llegan a un entendimiento idílico gestado en una iglesia donde el cura (Pedro Porcel) actúa como mediador. En todo momento se tiene la sensación de observar un film condescendiente que muestra a los personajes desde una perspectiva amable y a la radio como centro de caridad donde se reparte felicidad y buenos sentimientos. En el tercer episodio la bondad y el orgullo patrio son los detonantes para poner en marcha la recolecta que reúna los fondos necesarios para sufragar el viaje del niño (Carlos Acevedo) que debe ser enviado a Estocolmo para su operación. Por desgracia la generosidad del pueblo no resulta suficiente y el maestro Don Anselmo (Alberto Romea), muy a su pesar, acepta participar en un programa donde debe responder correctamente a las preguntas si pretende doblar los beneficios, y de ese modo conseguir el dinero que falta para el viaje del muchacho.

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