sábado, 20 de octubre de 2012

Fuerza bruta (1947)



Si se tiene en cuenta el deseo de Jules Dassin de borrar de su memoria las películas que rodó para la MGM entre 1941 y 1946, ocho films que prefirió olvidar por dos razones que él mismo explicó <<la primera es que son una mierda y la segunda razón es que fui muy desgraciado allí>>, se podría considerar Fuerza bruta (Brute Force, 1947) como la primera película del realizador de Nunca en domingo. Dassin, a menudo injustamente minusvalorado por la crítica, demostró con este clásico del cine negro, que sentó las bases del subgénero carcelario posterior, una capacidad excepcional para transmitir la violencia sin apenas mostrarla, sugerida en las imágenes, en las omisiones o en los rostros de los personajes. Los malos tratos o la ausencia de esperanza son constantes en el interior de ese correccional controlado por el capitán Munsey (Hume Cronyn), celador que emplea la brutalidad como método de control y como medio para alcanzar su meta. El título define a la perfección el ambiente que domina en el interior del penal, donde la fuerza siempre se encuentra presente, ya sea en los presidiarios, que la emplean para defenderse del sadismo del capitán, o en Munsey, el más violento de los hombres que moran en el presidio, que la utiliza como arma de ataque, sin que el alcaide (a quien quiere sustituir) se interponga. Solo el doctor Walters (Art Smith) se posiciona en contra, pero el médico se resigna y se esconde en el alcohol porque no puede soportar los métodos empleados por el funcionario, a quien advierte <<la fuerza hace líderes, pero se olvida de una cosa, también los destruye>>. Los presos muestran mayor humanidad que el oficial, incluso parecen angelitos al compararse con Munsey, circunstancia forzada por el productor Mark Hellinger al temer el fracaso comercial del film; así pues, los presos tenían que ganarse la simpatía del espectador, y para ello se introdujeron varias analepsis (inicialmente no estaban en el guion de Richard Brooks) que permiten ver su lado más humano, pero sobre todo esos recuerdos fueron utilizados para introducir la presencia femenina necesaria para que el film pudiese ser rodado, porque, en aquel momento, una película sin mujeres era veneno para la taquilla. A pesar del lastre que significan los retrocesos temporales o la ingenuidad que se advierte en algunos convictos, el resultado del film es excelente, y posiblemente sin el constante apoyo de Hellinger, Jules Dassin no habría podido filmarlo, ya que desde un primer momento tuvo problemas con los censores y con los ejecutivos de la productora, debido al tema y a la exposición de ese personaje de ideas totalitarias (que trabaja para la justicia), que emplea sádicos métodos de control que le convierten en alguien más violento y criminal que los propios reclusos. Munsey sabe que para conseguir el puesto de alcaide necesita un golpe de efecto que llame la atención del consejo, por eso necesita chivatos, gente que le comunique los planes de reclusos como Joe Collins (Burt Lancaster), un preso que acaba de cumplir su castigo en la celda de aislamiento como consecuencia de un chivatazo. En la cárcel los soplones pagan por su delación, esta es una norma no escrita que todos aceptan y que todos conocen, incluso el delator es consciente de la suerte que le espera. La escena del ajusticiamiento del chivato (James O'Rear) por parte de sus compañeros es memorable, en ella se muestra la repulsa que genera, nadie le quiere cerca, todos los presentes en el taller están de acuerdo con su castigo, que se confirma cuando un grupo de presos le cerca utilizando sopletes mientras le dirigen hacia la prensa, donde fuera de plano se consuma su muerte. Como en la mayoría de los dramas carcelarios, el entorno es opresivo, la ausencia de libertad total y los recuerdos se amontonan, pero no se trata de juzgar a esos individuos retenidos por diversos crímenes, sino de mostrar un fallo dentro de un sistema penal que permite la presencia de hombres como Munsey, que ejerce el control abusivo que denigra la condición moral al tiempo que rompe el espíritu de hombres que no pueden más que desear escapar. La imposibilidad de mantenerse al margen se define a la perfección en Gallagher (Charles Bickford), quien, a punto de recibir su libertad bajo palabra, rechaza la propuesta de fuga de Collins, en un intento de apartarse de la violencia que le rodea, sin embargo, esa misma violencia que no desea, llama a su puerta cuando le confirman que el consejo ha suspendido su puesta en libertad. Así pues no le queda más alternativa que asumir un cambio de postura, lo mismo que ha hecho aquellos que le habían prometido la libertad por la que tendrá que esperar, pero ¿cuánto? ¿Un año? ¿Dos? ¿Diez? Para Gallagher solo existen tres momentos en los que se abre la puerta exterior: uno al entrar, otro cuando se cumple la condena y el último cuando se sale con los pies por delante, aunque, para Collins, existe una cuarta: la fuga, a la que se le unen todos sus compañeros de celda, y de la que Munsey tendrá conocimiento gracias al miedo que provoca en algunos reclusos, sin ser consciente de que su brutalidad puede volverse en su contra, pues ha creado un mundo donde la fuerza bruta es el principio y el fin.


1 comentario:

  1. Quiero ver esta película se ve muy interesante, en especial por la historia del drama carcelario que cuenta Jules Dassin, vi el tráiler y me llamó la atención, buscaré la pelicula online para verla este fin de semana en la tarde con mi papá que le encantan este tipo de cintas.

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