sábado, 22 de septiembre de 2012

My Fair Lady (1964)


El éxito que cosechó el musical 
My Fair Lady en Broadway fue tal que convenció a Jack Warner para encargarse de producir personalemente su adaptación cinematográfica, tras pagar cinco millones de dólares por los derechos. El mítico hermano Warner, uno de los fundadores de los estudios que llevan su apellido, tenía en mente a dos actores protagonistas distintos a los de la versión teatral; pensaba en Cary Grant y Audrey Hepburn, ambos habían participado un año antes en la exitosa Charada (Charade), sin embargo, el primero rechazó el papel alegando que Rex Harrison era el único que podía interpretarlo, ya que lo había representado brillantemente sobre las tablas de Broadway, al lado de Julie Andrews, a quien Warner no quiso porque era una semidesconocida (ese mismo año ganaría el Oscar a la mejor actriz por Mary Poppins). Finalmente, la pareja de Audrey Hepburn (la única y primera elección del productor) sería Rex Harrison, conservando también del reparto original a Stanley Holloway, que dio vida al padre de la protagonista, un individuo que posee la habilidad innata de la retórica.


La producción tomó cuerpo bajo la dirección de 
George Cukor, quien dotó de elegancia a un film que por momentos se hace demasiado largo, pero su mayor lastre reside en haber sustituido la voz de la actriz protagonista por una voz tan perfecta como artificial, que no transmite emoción alguna, circunstancia que en lugar de mejorar los números musicales les resta naturalidad y calidez, así como la posibilidad de escuchar el acento y entonación que Audrey Hepburn había trabajado para su personaje. Dicho error se debe a su productor que, si bien acertó en contar con la magnífica actriz, cometió una tontería al mutilar su intervención (algo similar ocurre con la versión doblada al castellano, donde las melodías pierden todo su encanto y algunas resultan un tanto insoportables). El aspecto más destacado de My Fair Lady es en su diseño de producción, los vestidos, las joyas o los decorados, réplicas cuidadas de las zonas londinenses donde supuestamente se desarrolla la historia de Elisa (Audrey hepburn), la joven vendedora de flores que deambula por las calles intentando ganarse unos peniques.


El guion de 
My Fair Lady fue escrito por Alan Jay Lerner, también autor de las canciones, él mismo fue quien adaptó la obra de George Bernard Shaw (Pigmalion) a las tablas de Broadway —ya había sido llevada al cine por el cineasta británico Anthony Asquith—. My Fair Lady cuenta como Elisa, cuya dicción es peor que un chirrido, es descubierta y humillada por un fonólogo (con ciertas tendencias a la misoginia) obsesionado con su trabajo, que tras una apuesta con el coronel Pickering (Wilfrid Hyde-White) se propone adiestrar (que no enseñar) a la joven florista con la finalidad de hacerla pasar por una dama de la alta sociedad. Al profesor Higgins (Rex Harrison) poco le importan los sentimientos de Elisa, la trata como a un objeto, la minusvalora e ignora sus sentimientos, en realidad no puede ser más egoísta y falto de empatía; así pues no es de extrañar que la joven, que ha moldeado a base de malos modos, se sienta como un objeto, y jure que se las pagará, sin embargo, el rechazo inicial se convierte en un acercamiento que Elisa asume (en silencio) y que Higgins se niega a reconocer como también se niega a reconocer el mérito de la joven en el éxito de su empresa.

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