martes, 25 de septiembre de 2012

Minority report (2002)


La ciencia-ficción especula con hipótesis, más o menos descabelladas, extraídas de supuestos científicos que suelen permitir reflexiones antropológicas como hacia dónde se encamina la sociedad. En el futuro de Minority Report (2002), año 2054, no existen los homicidios, al menos no en la ciudad de Washington D.C., donde se ha desarrollado un sistema que permite actuar antes de que éstos se produzcan. La idea, a priori positiva, conlleva un problema ético que no tiene cabida en el seno de Pre-crimen, ya que ninguno de sus miembros se plantea la falibilidad de un sistema que atenta contra la presunción de inocencia de culpables que no han cometido el crimen por el cual se les condena. John Anderton (Tom Cruise), jefe de la unidad de Pre-crimen, necesita creer en el sistema por encima de cualquier otra circunstancia; dominado por el dolor y el vacío que siente desde la muerte de su hijo. John no puede olvidar su pasado, tampoco puede conciliar su presente, por eso vive rodeado de recuerdos y enganchado a sustancias prohibidas con las que pretende calmar su sufrimiento; sin embargo, ese dolor no le impide ser el mejor en su trabajo. Han pasado seis años desde el día en el que Lamarr Burguess (Max von Sydow), el director del proyecto, le ofreció la oportunidad de evitar que otros sintiesen la desesperación que significa el asesinato de un ser querido; pero ahora Pre-crimen está a punto de convertirse en una agencia a nivel nacional, cuestión que presenta un último obstáculo antes de que se instaure definitivamente el programa perfecto, que detiene y condena sin existir delito, sólo la certeza de que éste se producirá. La aparición en escena de Danny Witwer (Colin Farrell), enviado por el fiscal general para observar, evaluar y asumir el control en caso de que existan fallos, choca con la fe de John en un proyecto sin fisuras; no obstante, el agente Witwer pretende cerciorarse por sí mismo y le exige entrar en el templo donde guardan a los tres humanos que predicen el futuro. Allí se produce el contacto involuntario entre John y Agatha (Samantha Morton), la precog más dotada, a quien (como a sus compañeros) mantienen en un estado entre la vigilia y el sueño, que no impide que se sobresalte y muestre unas imágenes que provocan las dudas de Anderton. En la filmografía de Steven Spielberg existe un lugar especial para la ciencia-ficción, género en el que se maneja con soltura y eficacia (Encuentros en la tercera faseE.T.Inteligencia Artificial o La guerra de los mundos), habilidad que se deja notar en Minority Report, a la que dota de ritmo trepidante y convierte en un thriller a contrarreloj protagonizado por un falso culpable (descendiente de aquellos que abundan en las películas de Alfred Hitchcock) que dejaría de serlo en el caso de ceñirse a la predicción que le convierte en asesino, aunque aún no haya cometido el asesinato del que se le acusa; a caso ¿la base del sistema no es la infalibilidad de las predicciones? John Anderton se niega a creer en su culpabilidad (de la cual nadie duda porque se da por hecho), que le sitúa al otro lado de toco cuanto ha defendido y ayudado a crear. Ahora él es el autor de un asesinato que podría no cometer porque tiene la opción de poder elegir; sin embargo, desde el instante que descubre la bola con su nombre, se inicia su caza por un entorno cercano a una enorme superficie comercial donde cada individuo es reconocido por sensores oculares que les identifican sin opción a poder pasar desapercibido. Este sería otro aspecto de una sociedad que ha perdido su libertad y su derecho a la intimidad (la población lo acepta como parte de su cotidianidad, algo que también se observa cuando las arañas espías se introducen en los apartamentos del edificio donde se esconde John, y a nadie, salvo a unos niños y a una pareja a la que cortan el rollo, parece sorprender su intrusión). De este modo nada complaciente, John Anderton descubre que existen informes en minoría que podrían ofrecer otra visión de los hechos, lo cual implicaría una alta probabilidad de que algunos de los individuos a quienes han puesto el collar podrían ser inocentes, ya que siempre existe la opción de poder elegir y nunca la certeza de estar dentro de un sistema perfecto.

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