miércoles, 19 de septiembre de 2012

Gladiator (2000)


Su buen hacer en Los duelistas (1977), Alien (1979) y Blade Runner (1982) parecía indicar que Ridley Scott estaba llamado a ser uno de los cineastas más destacados de su generación, sin embargo su carrera cinematográfica fue a la deriva durante los años que siguieron a estas tres primeras producciones, hasta que tocó fondo con La teniente O'Neill (1997). Aunque durante su periodo de bajón creativo (1985-1997) realizó la ya mítica Thelma y Louise (1991), no sería hasta el éxito comercial y popular cosechado por Gladiator (2000) cuando Scott recuperó el rumbo, aunque lejos de la riqueza narrativa que atesoran sus tres primeras películas. Adornos y estruendo aparte, Gladiator no aporta novedades significativas ni al peplum ni al cine épico, quizá sí técnicas en la recreación de Roma, generada por ordenador. Scott toma aspectos vistos en otras producciones que también muestran la cara menos agradable del mayor imperio que conoció el mundo antiguo: la traición y la venganza presentes en cualquiera de las versiones de Ben-Hur, el entorno de los gladiadores mostrado por Stanley Kubrick en Espartaco (1960) o la ubicación histórica desarrollada por Anthony Mann en La caída del Imperio Romano (1966) —varios personajes y situaciones exhibidas en la producción Bronston se encuentran en la película de Scott—. Estas y otras características se citan en Gladiator para ofrecer un espectáculo épico que gira en torno a la figura de Máximo (Russell Crowe); inicialmente, general de las legiones romanas durante la campaña germana y, muerto Marco Aurelio (Richard Harris), esclavo y gladiador, el que, cual Espartaco, se enfrenta al poder de Roma, aunque sería más justo decir que en nada se parece al esclavo-caudillo y que no se enfrenta al poder de Roma, sino a la ambición y al miedo del César demencial encarnado por Joaquin Phoenix.


La odisea del héroe arranca en un bosque germano donde las legiones romanas se encuentran preparadas para la última batalla contra los bárbaros del norte. Allí se gesta la traición y también la venganza que forman el hilo conductor de la ficción cinematográfica que se desarrollará durante dos horas y media de metraje. Máximo alcanza la victoria en ese bosque en llamas, convencido de que ha llegado el momento de regresar al lado de los suyos, sin embargo el estoico Marco Aurelio (Richard Harris) no puede prescindir de sus servicios; todavía no, pues sueña devolver a Roma su espledor pasado reinstaurando la república tras su muerte —¿por qué no hacerlo antes?—, un proyecto que el anciano emperador solo puede confiar a Máximo, porque sabe que su general no ansía el poder que Cómodo (Joaquin Phoenix) sí anhela. Máximo también sueña, quizá no de manera tan ambiciosa, pero, para él, se trata de un sueño grandioso, la idea que rige su pensamiento y su comportamiento se encuentra en su deseo por regresar al lado de su familia, por eso las dudas se apoderan del él cuando el César le ofrece un honor que no desea aceptar porque le separa de su meta. El poder de Roma no puede caer en manos de un hombre como Cómodo. y sin embargo este lo consigue cometiendo un parricidio durante el cual muestra su inestabilidad emocional, su ambición desmedida y su evidentemente perturbación mental. Cuando mata a su padre no muestra ningún tipo de remordimiento por el crimen que comete, pero sí el desequilibrio que se reafirma en su obsesión por Lucilla (Connie Nielsen), quien tras el ascenso de Cómodo se convierte en una mujer asustada y atrapada por el deseo, la locura y la traición de su hermano, alguien en las antípodas de la imagen paterna o de la nobilísima del general caído en desgracia. La puesta en escena realizada por Ridley Scott destaca por las luchas en la arena, donde los gladiadores forman parte de un espectáculo sangriento que provoca el júbilo de las masas (a quienes se contenta para mantenerlas aletargadas), pero también destaca por las intrigas que se producen en las altas esferas de un senado dividido entre quienes apoyan al Imperio (Cómodo) o quienes abogan por la creación de la nueva república que defiende Graco (Derek Jacobi), el senador que se parece a Tiberio Claudio Druso Nerón, también conocido como “Cla-Cla-Claudio”, y que se define a sí mismo como hombre para el pueblo y no del pueblo, palabras que demuestran el alejamiento existente entre la minoría patricia y la mayoría plebeya que convierte a Máximo en su ídolo, y en la máxima pesadilla de un emperador falto del honor y del valor que rige el comportamiento del héroe, fuera y dentro de la arena.



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