lunes, 2 de abril de 2012

Matrix (1999)


Desde Lemmy contra Alphaville (Jean-Luc Godard, 1965), pasando por 2001, una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968) y Terminator (James Cameron, 1984), hasta llegar a Matrix (1999), la Inteligencia Artificial ha causado estragos cinematográficos a la raza humana. En la primera, una computadora controla a los ciudadanos de Alphaville, a quienes vigila para que no piensen ni sientan y cumplan con el orden establecido por quien la programó. En la segunda se trata de un ataque aislado, en un espacio reducido, de un ser pensante compuesto por circuitos que desea vivir o, visto de otro modo, teme morir -anhelo y miedo heredados por los replicantes de 
Blade Runner (Ridley Scott, 1982)-. En la tercera la lucha apunta a un tiempo futuro durante el cual los seres artificiales pretenden eliminar a la humanidad. En el film de los hermanos Wachowsky una Inteligencia Artificial similar ha decidido sacar provecho de los humanos, convirtiéndolos en la fuente de energía que alimente sus baterías y circuitos eléctricos. Esto no me sorprende, pues se supone que nuestros cuerpos transforman los nutrientes en energía y poseen actividad eléctrica, lo que sí llama mi atención es la profundidad y la dimensión filosófica que se le ha concedido a esta película, pues, si nos dejamos llevar por lo que se dice de ella, parece que estamos ante la cima de la reflexión cinematográfica y también del pensamiento humano, cuando solo se limita a transitar por la superficialidad en la que otros sí intentaron profundizar, y mucho antes. Salvo por su aspecto formal, la película se limita a tomar prestado de aquí y de allá, que si del platonismo, del judeo-cristianismo, de mundos felices y de sociedades orwellianas -aunque, ¿cuándo una sociedad ficticia o real ha dejado de vivir bajo control o sometida a esto o aquello?- o mismamente de Lewis Carroll para hacer lo que se propone: un film de acción y ciencia-ficción trepidante que reduce su discurso a la "filosofía" de lo simple: la lucha entre buenos y malos. Con esto no pretendo menoscabar la valía del film de los Wachowsky, que reside en su capacidad de entretener sin tomar al público por idiota, de tomarnos por eso ya se encargarían sus dos secuelas -innecesarias desde un interés creativo-reflexivo y necesarias desde el económico-. El cine y la reflexión coexisten prácticamente desde el origen del primero y cineastas con intenciones filosóficas ha habido y habrá siempre (hasta que el cine deje de existir), porque aquello que llamamos filosófico no deja de formar parte del pensamiento del individuo, de su propia búsqueda, de sus dudas y de sus respuestas, y, en ocasiones, el cine también nace del pensamiento de sus creadores. Si no me creen, miren el cine de Rossellini o el de Dreyer, u observen el de Tarkovski, ya no les pediré que el de Chris Marker, aunque lo escribo por su constante preocupación por la memoria, o si prefieren pueden encontrar a Lang en Metrópolis (1926) preguntándose por la esclavitud de los humanos que son sometidos por sus iguales o a Chaplin en Tiempos modernos (1936) dando la espalda a una multitud de borregos que se dirige a la fábrica donde su esencia humana se reduce a ser un engranaje más del sistema de producción. Fueran unos u otros, cualquiera de los nombrados se plantearon realidades humanas, la espiritualidad que encierran, la búsqueda de verdades y de respuestas existenciales tan o más complejas que la verdad a la que accede Neo (Keanu Reeves) cuando decide tomar la píldora que lo liberará de la matriz y lo condenará a sufrir la luz que en un primer instante le provoca dolor y rechazo. <<¡Despierta, Neo!>> abre los ojos de un durmiente que está a punto de descubrir la realidad que intuye, pero que no comprende. Neo no duda de su existencia en 1999, dentro de una civilización que observa y siente, pero consciente de que no le llena, porque existe algo más que se le escapa. La intromisión de Trinity (Carrie-Anne Moss) en el ordenador del hacker inicia el proceso de descubrimiento y cambio, que concluye (en su primera fase) en una sala inexistente donde Morfeo (Laurence Fishburne) ofrece a su mesías dos opciones: píldora azul, todo volverá a ser como antes, o píldora roja, una verdad desoladora, pero auténtica. Matrix los envuelve, sin sospechar que están siendo utilizados al antojo de un programa que les indica qué sentir o qué pensar; cuanto poseen es fruto de la alteración que ejerce en sus mentes. Resulta una falsedad tan real como podría ser la vida misma, ya que afecta directamente al cerebro, donde se interpreta la información que creen les llega de sus sentidos, pero se trata de una realidad virtual que les mantiene aletargados y atrapados -suena platónico, ¿no?-, sin que comprendan la única verdad: solo son pilas. <<Los seres humanos ya no nacemos, se nos siembra>>, dice Morfeo, mientras muestra a Neo el mundo real; un mundo en tinieblas, sin sol, destruido como consecuencia de la lucha entre los humanos y las máquinas. La pregunta ¿quién empezó? Carece de importancia, lo que realmente importa es que existe un pequeño núcleo de resistencia que se cuela en la red para luchar desde dentro contra ella, conscientes de que la última esperanza para los seres humanos consiste en encontrar al elegido. Morfeo está convencido de que Neo es el hombre que puede cambiar Matrix a su voluntad. Esa fe inquebrantable se materializa en una responsabilidad para esa posible reencarnación del hombre del que habla la leyenda, aquel que les devolverá la libertad: el mesías. La historia que narra Matrix se expone desde una acción frenética que muestra el enfrentamiento entre Neo (y compañía) y un programa (casi) insensible y letal, el señor Smith (Hugo Weaving), el hombre de negro que persigue a los rebeldes y que, a pesar de no ser humano, confiesa estar cansado de vivir dentro de un programa que odia. ¡Perfecto! La máquina tiene emociones y sentimientos, y más profundos, humanos y sinceros los tenían los replicantes del film de Scott. Pero al contrario que Blade Runner, film que me despierta mayor interés, Matrix resultó un éxito colosal, gracias a sus escenas de acción, atractivas y novedosas en su puesta en escena, como se observa en la secuencia de apertura durante la cual descubrimos a Trinity huyendo de los hombres de negro que pretenden atraparla o, más adelante, en el asalto a la comisaría donde retienen a Morfeo. Este nuevo modelo de pirotecnia sentó precedente y sería imitado en films posteriores, aunque sin llegar al nivel exhibido en esta primera entrega de la trilogía que los hermanos Wachowsky dirigieron y escribieron tomando prestado, pero sin prestar demasiada atención al contenido, solo lo justo para darle una capa externa (cuasi)reflexiva que no maquilla ni sus intenciones -la de filmar una película de acción y palomitas que llenase las salas- ni sus lagunas argumentales. No sé, aún me pregunto cómo Cifra (Joe Pantoliano), el judas entre los apóstoles, logra entrar en Matrix sin ayuda, cuando el resto de sus compañeros necesitan a un operador que les introduzca y saque de la red. Este hecho, que se produce cuando se reúne con el agente Smith, supongo que tendrá alguna respuesta lógica, pues, en caso contrario, daría al traste con el sentido de la narración; sin embargo, mejor evitar los detalles argumentales de una película de ciencia-ficción en la que los buenos, una vez más, pues no hay novedad en ello, luchan y se sacrifican por liberar a la humanidad de los malos que, en su infructuosa mala costumbre, tratan de esclavizarla o erradicarla.

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