sábado, 14 de abril de 2012

Black Hawk derribado (2001)


El éxito de Gladiator (2000) a recuperó el crédito y parte del rumbo perdido de Ridley Scott desde Blade Runner (1982), ya que durante años, si se exceptúa Thelma y Louise (1991), sus películas dejaron mucho que desear después de lo apuntado en sus tres primeros films. Dicha recuperación se reafirmó con Black Hawk derribado (Black Hawk Down, 2001), un narración que, apoyándose en la continua sucesión de planos, momentos y personajes, pretende contundencia e hiperrealismo. La cámara podría ser un personaje más dentro del campo de batalla en el que se convierte un barrio de Mogadiscio (Somalia) donde se centra la acción después de apuntar que se trata de un país devastado por la hambruna y envuelto en una guerra civil desde 1991. Los rótulos iniciales hablan de la situación que se vivía en Somalía y como esta convenció a la Organización de las Naciones Unidas para enviar alrededor de 30.000 soldados, con la misión de prestar ayuda humanitaria a una población necesitada de los recursos más básicos. Pero los cascos azules no fueron las únicas tropas internacionales que llegaron a la zona, clave en el tráfico marítimo entre el Océano Índico y el Atlántico, pasando por el Mar Rojo y el Mediterráneo, ya que poco después 20.000 soldados estadounidenses desembarcaron en las playas de Mogadiscio para intervenir en el conflicto e imponer su estabilidad en la zona, sin embargo, nadie se esperaba lo que ocurría poco después. En ese inicio Scott justifica la intervención apuntando imágenes de cuerpos sin vida en un entorno moribundo donde la ayuda humanitaria destinada al pueblo somalí cae en manos de los líderes de las guerrillas, quienes la utilizan como moneda de cambio para incrementar sus arsenales y continuar masacrando a los suyos, hasta convertir un país subdesarrollado en un país destruido. La muerte de cincuenta y ocho soldados de la ONU a manos de las milicias de Mohamed Fará Aidid tuvo consecuencias inmediatas, convenciendo a las fuerzas norteamericanas para actuar, pero los hechos no se desarrollaron según lo planeado. Los hombres de Aidid controlaban parte de una capital dominada por el hambre, la miseria y las constantes matanzas, que rozarían el genocidio de un pueblo castigado por la pobreza. Ese ambiente de caos y destrucción sería el escenario en el que se desarrolla la película, y que las fuerzas internacionales asumen que justifica su intervención; quizá, aunque no se diga, también por la situación estratégica de Somalia.


La acción se inicia en la base estadounidense, cuando al General Garrison (
Sam Shepard) se le confirma que se va a producir una reunión en la que estarán presentes hombres cercanos a Aidid. Ese descubrimiento pone en marcha un plan de intervención, rápido y contundente, con el que se espera sorprender y capturar a los hombres de Aidid. La misión moviliza a los Rangers y a la fuerza Delta, quienes, a pesar de su preparación y de sus armas modernas, no contarían con los imprevistos de una ciudad que no es un campo de batalla, sino un infierno de violencia y balas que llegan desde cualquier rincón de la misma. Los primeros instantes informan del plan de ataque, una misión que el coronel McKight (Tom Sizemore) advierte como arriesgada; sólo él semeja tener dudas, a su alrededor se respira la confianza que nace de la ignorancia del terreno que pisan. La entrada del contingente en Mogadiscio confirma que no se trata de una intervención habitual, ni de una guerra como otras en las que hayan participado; en las calles de la ciudad no hay soldados contra quienes luchar, sino hombres, mujeres y niños que pueblan barrios y casas que se convierten en un hervidero de metralla y en un callejón sin salida para los soldados norteamericanos. El primer contratiempo se presenta con la caída del soldado Blackburn (Orlando Bloom), cuestión que anticipa el desastre que se confirma cuando los hombres de Aidid derriban un helicóptero Black Hawk, desde ese instante las tropas americanas pierden la iniciativa, desperdigándose y perdiéndose en un infierno urbano donde las masas se aproximan a la zona de impacto, la misma zona que deben alcanzar el sargento Eversmann (Josh Hartnett) y su unidad para proteger a los posibles supervivientes; sin embargo, llegar a la posición no resulta una tarea sencilla, como tampoco enviar otro helicóptero para evacuar a los heridos. Mientras un segundo Black Hawk es derribado, las fuerzas terrestres del coronel McKnight sufren constantes ataques que les diezma y les imposibilita alcanzar el lugar al que ya ha llegado Eversmann, quien tras observar la confusión y muerte que dominan su entorno cambia su pensamiento inicial por otro distinto, menos idealista y más cercano al del sargento Hooten (Eric Bana). Este suboficial de la Fuerza Delta se muestra más individualista que el resto, convencido de que por mucho que hagan la situación no cambiará, pero también es el más realista en cuanto a su cometido y a sus ideas, pues tiene claro que no lucha por un mundo mejor (la idea inicial de Eversmann); él lucha por el compañero que tiene al lado, esos hombres con quienes comparte sangre, sudor y lágrimas. Esa sería la máxima: no dejar a nadie atrás, y menos aún en ese asfalto urbano que se ha convertido en un infierno y en un duro golpe para las tropas.

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