jueves, 26 de abril de 2012

Attack! (1956)



El comportamiento de los oficiales es un tema recurrente dentro del género bélico, ya sea para destacar su valía respecto al mando que se les entrega o su ineptitud y su falta de empatía hacia quienes consideran marionetas desechables que utilizar en su intención de alcanzar objetivos personales y méritos militares. Ambos grupos se dan cita en Attack! (1956) para posibilitar el intimismo subversivo con el que Robert Aldrich dio forma a su cruda reflexión sobre un sistema militar que niega la individualidad al tiempo que potencia el acatamiento de órdenes que no pueden ser cuestionadas, aunque estas nazcan de la incompetencia de un capitán como Cooney (Eddie Albert), quien, al inicio del film, no presta el apoyo prometido a su pelotón, al que abandona a su (mala) suerte a pesar de las reiteradas peticiones de auxilio del teniente Costa (Jack Palance), en quien se genera la impotencia y la rabia por ver morir a sus hombres. Este hecho marca el conflicto que se expone tras los títulos de crédito, que si bien podría pasar por una ajuste de cuentas entre el teniente y el capitán, adquiere tintes más profundos al prevalecer una crítica sin concesiones hacia el militarismo representado en ese oficial carente de valía, que ostenta el mando como consecuencia de intereses como los que mueven al teniente coronel Bartlett (Lee Marvin), en todo momento consciente de la ineptitud de Cooney y de la influencia política de su padre (que podría servirle una vez concluida la guerra). Teniendo en cuenta esta circunstancia, se comprende que para Aldrich el verdadero problema no reside en ese capitán que nunca llega a reconocer su responsabilidad (para él no existe ningún problema ético en su conducta, como tampoco muestra la menor preocupación por la baja moral de quienes sufren las consecuencias de su cobardía y de sus decisiones), sino en quienes permiten y fomentan su posición de poder, la cual encuentra su opuesto en el escepticismo asumida por los tenientes Costa y Woodruff (William Smithers). Estos dos oficiales luchan a diario con sus soldados, a quienes ven como hombres a los que ofrecer una oportunidad para sobrevivir al conflicto, pero su relación con las tropas no es de amistad, aunque sí de respeto y admiración, nacidas ambas de los sacrificios compartidos a lo largo de las batallas.


Los hechos que se producen, tras varias negligencias del capitán, marcan la actitud de sus subordinados al tiempo que convencen a Costa de que su obligación moral es acabar con ese superior que resulta más letal que el enemigo. Por su parte, Woodruff aboga por un enfoque diplomático y se ciñe a las reglas militares, las mismas que impiden cuestionar las decisiones de quienes las asumen sin contar con aquellos que sacrifican en el frente. Esta falta de interés humano predomina en Bartlett y Cooney cuando juegan su partida de cartas, símbolo de la despreocupación de ambos, y se les observa pulcros, aseados, sonrientes mientras beben whisky en sus copas de cristal, imagen que los contrapone a la de los tenientes, sucios, cansados y bebiendo en sus vasos de hojalata. Después del enfrentamiento verbal que se produce en la timba entre Costa y Cooney, Woodruff se encuentra cara a cara con el coronel, a quien expone la realidad que le preocupa. Sin embargo su superior resta importancia al asunto, le dice que no se preocupe porque su unidad no volverá a combatir. No obstante se descubre durante la conversación que Bartlett defiende sus intereses por encima de cuestiones militares, postura que se reafirma al final del film, cuando intenta maquillar las responsabilidades de los actos que se han visto durante los minutos precedentes. Pero la ineficaz intervención de Woodruff empuja a Costa a retomar su idea inicial, pues ha llegado al límite de su aguante, consciente del peligro real que supone un hombre que ha enviado a muchos soldados a una muerte innecesaria. Este hecho no pasa desapercibido para nadie y crea la sensación de que los soldados apoyarían la acción que el teniente tiene en mente. Mientras, Cooney sigue a lo suyo, ocultando su temor detrás de su falsa sonrisa, de su excesivo orden o bebiendo el whisky que esconde en un falso bidón de gasolina, porque en realidad el capitán teme a su subordinado como teme a cualquiera que se le enfrente. Como consecuencia de su miedo decide enviar a Costa a una misión suicida, consciente de que incumplirá su palabra de apoyar al pelotón para que aquel no regrese con vida. El egoísmo, la incompetencia y la cobardía que definen a Cooney lo convierten en ser despreciable para sus hombres, que lo odian, incluso el coronel comparte el desprecio de la tropa hacia quien consideran un ser repulsivo, a pesar de que el capitán intente justificar su carácter pusilánime culpando a la férrea imagen paterna. Sin embargo no es una justificación válida para actos como el de enviar a la muerte a hombres como Costa y su grupo, porque este es deliberado, como también lo es no enviar la ayuda prometida. Esta nueva traición da fuerza al teniente para sobrevivir y cumplir el único pensamiento que anida en su mente, a parte de aquel que le insta a proteger a los suyos. En ese momento final de Attack!, la desesperación de Costa es más fuerte que cualquier otra sensación, porque sabe que si él no hace algo, otros muchos morirán por las decisiones de un oficial a quien alguien le entregó la responsabilidad que nunca llega a asumir.

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