viernes, 30 de marzo de 2012

El caballero oscuro (2009)



Seguridad y control son meras ilusiones a las que los ciudadanos de Gotham se aferran para ocultar temores y miedos, pero en El caballero oscuro (The Dark Knight, 2008) 
estas se vuelven de la tonalidad del traje que luce su protagonista, sumergiendo a propios y a extraños en una sombra que rompe cualquier atisbo de luz, pues los actos de Joker (Heath Ledger) rompen el espejismo de orden defendido por Batman (Christiam Bale), obligado a elegir entre sus sentimientos o la razón que le llevó a convertirse en la dualidad que lo atormenta. La lucha del hombre murciélago cobra su significado en el enfrentamiento entre su deseo de ser alguien corriente, alejado de cuanto implica su lucha solitaria, y el deber autoimpuesto al asumir ser ese caballero oscuro, víctima de las circunstancias, al que alude el comisario Gordon (Gary Oldman) cuando afirma que su amigo es más que un simple héroe, porque puede soportar el sacrificio que supone saberse rechazado y perseguido por aquellos a quienes protege. Para Batman ser un súperhéroe implica algo más que lucir trajes a prueba de balas o emplear la tecnología desarrollada por Lucius Fox (Morgan Freeman), que por sí sola no conlleva ni la capacidad de sacrificio ni la de asumir la soledad e incomprensión que forman parte de su realidad dual, la cual se ha convertido en la imposibilidad que comparte con Alfred (Michael Caine), que se mantiene a su lado, sin preguntas, sin apenas quejas, apoyándole y aconsejándole para que no se pierda entre las tinieblas que amenazan su interior y que ya se han apoderado de su entorno.


La maduración del personaje de Bruce Wayne se materializa de un modo soberbio en esta producción que confirma al personaje como el antihéroe atormentado que se dejó entrever en Batman Begins (2005), en la que ya se mostraba a un individuo incapaz de aceptarse, perdido y perseguido por sus fantasmas y sus miedos. En esta segunda entrega de la trilogía del caballero oscuro, el protagonista anhela encontrar a un verdadero héroe que lo sustituya, no uno como él, que aparece y desaparece entre las sombras nocturnas para lidiar con malhechores que han dejado de ser una caricatura, porque Joker en nada se parece a aquella caricatura bufonesca y ambiciosa que amenazaba en el Batman rodado por Tim Burton en 1989. En manos de Christopher Nolan, y con la recreación de Heath Ledger, el villano se erige en un agente de caos que solo desea sembrar el desorden que predica y así demostrar que todo puede ser destruido. Brutal, como su idea del mundo que habita, sin conciencia, pero concienciado de cuanto hace y por qué lo hace, el personaje interpretado por Ledger alcanza una complejidad pocas veces vista en un villano. Su pensamiento carece de ambiciones materiales, exento de planteamientos morales o sentimentales, tampoco persigue deseos más allá de la anarquía que lo define y lo convierte en un ser imprevisible en busca de materializar su filosofía destructiva. Opuesto a Joker se descubre Harvey Dent (Aaron Eckhart), en quien Batman encuentra a ese héroe sin tacha que no se amilana y crea su propia suerte, el mismo que una ciudad moribunda como Gotham necesita. Por este motivo el antihéroe de Nolan deja a un lado sus emociones personales, aquellas que giran en torno a la figura de Rachel (Maggie Gyllenhaal), fundamental para comprender los sentimientos y los actos tanto del caballero oscuro como del caballero blanco en su lucha por salvar un espacio urbano dominado por la violencia y la destrucción sembrada por el filósofo del caos mientras aguarda a que a Batman desvele su identidad.

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