viernes, 30 de marzo de 2012

Caballos salvajes (1995)

Nada se sabe del desconocido que camina por la calle, excepto que ni él le gusta a al mundo ni el mundo le gusta a él; realidad que él mismo expresa desde su pensamiento, al igual que apunta la siguiente idea: “se puede hacer algo para estar completamente vivo antes de estar definitivamente muerto”; una frase que permite pensar que se trata de un individuo que hará algo especial, algo que le distinga de la indiferencia que se observa a su alrededor. Para un hombre que quiere sentirse vivo antes de no sentirse muerto, apuntarse con una pistola, mientras amenaza con matarse si no le entregan los 15.344 $ que la entidad le ha estafado, podría considerarse una contradicción; sin embargo, para el empleado que le atiende no existe contradicción alguna, la nota que le ha entregado el tipo de la pistola lo deja claro. Nervioso y asustado, abre los cajones de un escritorio que no es el suyo, en busca de ese dinero que le exigen y que encuentra multiplicado por cuarenta, un montón de billetes que no tendrían que estar allí, pero que no duda en introducir en una bolsa y entregársela al asaltante, quien insiste en que lo único que quiere es la cantidad que le han estafado. La situación se escapa de las manos de un hombre que no contaba con armar el alboroto que se produce durante la fuga, pues sólo quería aquello que por justicia consideraba suyo, un capital que piensa utilizar para algo que no se descubre hasta los últimos minutos de Caballos Salvajes. El film de Marcelo Piñeyro se desarrolla por un país en crisis, dominado por la corrupción a la que alude José (Héctor Alterio), el atracador, en la que Pablo (Leonardo Sbaraglia), el empleado, no ha pensado hasta que el suicida le ofrece la oportunidad de liberarse, gracias a la escapada que emprenden después de abandonar la entidad financiera. Pablo pertenece a la clase acomodada, acostumbrado a la buena vida y a no plantearse nada más que cuestiones superficiales, que le impedirían ver lo que realmente sucede a su alrededor y lo que su interior necesita; no obstante, la irrupción de José lo cambia todo; primero provoca que actúe, al no permitir que maten al anciano, convirtiéndose por voluntad propia en su rehén. A medida que avanzan por esa carretera que les lleva hacia el sur, comienza una aproximación entre la juventud e inexperiencia y la veteranía y el desencanto, una relación que se profundiza kilómetro a kilómetro desde Buenos Aires hasta la meta de José. El viaje de los dos fugitivos, conocidos por el sobrenombre de los indomables, muestra el desencanto, la corrupción o la manipulación de los medios de comunicación, capacitados para crear o de destruir un mito o una noticia. Los medios provocan que todo el país conozca a una pareja de Robin Hood que lanza al aire 480.000 $ en billetes, para que los damnificados de la empresa petrolífera puedan recibir la compensación que los propietarios no han asumido tras el cierre. De ese modo se convierten en héroes para el pueblo, recibiendo la ayuda necesaria para alcanzar el último sueño de José, ese que le permite sentirse vivo antes de no sentir nada, al tiempo que provoca el despertar definitivo de Pablo, quien descubre el camino que debe tomar, igual le ocurre a Ana (Cecilia Dopazo), la joven que se une a ellos y se convierte en el tercer vértice de un triángulo de desencantados con un presente marcado por la apatía de la que escapan gracias a la necesidad de José de sentirse vivo.

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