jueves, 9 de febrero de 2012

Los ojos sin rostro (1960)

Una mujer misteriosa que arroja el cadáver de una chica a un río y un famoso cirujano que expone sus teorías sobre injertos de piel son los dos primeros personajes que se presentan para introducir la fantasía psicológica rodada por Georges Franju, en la que utilizó realismo y terror poético para ofrecer un film difícil de catalogar. Los ojos sin rostro (Les yeux sans visage) continúa con la aparición del cuerpo de la joven, que el doctor Génessier (Pierre Brasseur) asegura que es el de su hija; este hecho permitirá descubrir que la mujer del inicio, Louise (Alida Valli), y el cirujano se conocen, pues alguien durante el entierro comenta que se trata de su ayudante personal; este dato abre nuevas posibilidades: o el doctor ha mentido, y no se trata del cuerpo de su hija, o entre ambos la han asesinado, si no ¿para qué mentir en la identificación de un cadáver sin rostro? No tarda en descubrirse que Christiane (Edith Scob) no ha muerto, aunque seguramente ella preferiría estarlo a padecer un sufrimiento físico y espiritual que la atormenta, provocado por la negligencia de un padre a quien se le ha nublado la razón. El doctor Génessier se dedica, con la inestimable colaboración de Louise, a secuestrar, operar y asesinar a jóvenes rubias de ojos claros que, en su mente enferma, le proporcionan la mezquina esperanza de poder devolver la belleza a una hija que se consume víctima de la soledad que la atormenta y de la obsesión de un padre que la convence con sus falsas promesas. Además de deshacerse de los cuerpos, Louise tiene la misión de atraer a ingenuas muchachas como Edna (Juliette Mayniel), la última víctima que se deja atrapar, inocentemente, entre las garras de esta demencial pareja de secuestradores de rostros. El doctor la necesita para realizar una intervención quirúrgica que se muestra desde un realismo visual que impacta, porque la cámara se convierte en testigo de la operación, sin apartar su objetivo del rostro de esa joven que, inconsciente, despertará para intentar una fuga sin éxito. Durante la intervención también se observa como el sudor se desliza por la frente del cirujano, una reacción corporal que, posiblemente, se deba a que su pensamiento se encuentra en la que vendrá después, la operación que a él le interesa, la misma que puede confirmar su éxito o su fracaso. Finalmente todo parece haber salido bien, menos para Edna, pues se descubre que Christiane ha recuperado un rostro para sus ojos; no obstante, no logra dejar atrás su estado emocional, porque cada vez que se mira en el espejo nunca se reconoce a sí misma, cuestión que agudiza una angustia que alcanza su cima cuando descubre que su capa dérmica se descompone irremediablemente. Christiane siente como la culpabilidad aumenta su tragedia y su deseo de acabar para siempre con su sufrimiento y con los crímenes de un padre que la ha convertido en víctima y en cómplice de una quimera inalcanzable y macabra. Génessier ha perdido el sentido de la realidad, así como la capacidad de discernir entre lo correcto y lo incorrecto, no se detiene en cuestiones éticas, porque su demencia le obliga a continuar cometiendo atrocidades en busca de un imposible, en el que siempre colabora Louise, porque a ella sí le ha ofrecido un rostro. No sólo se descubre amoralidad o locura obsesiva en esa extraña pareja de psicópatas, sino también se puede observar cierta falta de escrúpulos en los agentes de policía que siguen el caso, pues no dudan en utilizar como cebo a la joven que han arrestado por un hurto menor, sin importarles arriesgar su vida, mostrando que también ellos han priorizado el fin a los medios empleados para alcanzarlo. Los ojos sin rostro (Les yeux sans visage) funde realismo y fantasía gótica en imágenes que muestran la desesperación de esa joven con ojos pero sin rostro que deambula, entre el sueño y la lucidez, por una pesadilla a la que debe poner fin.

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