viernes, 24 de febrero de 2012

En un lugar solitario (1950)



Las películas más personales de Nicholas Ray están pobladas por personajes inadaptados o desarraigados en un entorno donde no se encuentran. Su estar fuera de sitio les lleva a actuar de manera extraña, incluso violenta, como si intentasen protegerse ante una posible agresión del medio hostil que les rodea y con el que no pueden identificarse, porque no es su lugar en el mundo. El artificioso universo en el que se mueve el guionista Dixon Steele (Humphrey Bogart) le empuja a ser un outsider (como lo sería el propio Nicholas Ray) que se deja dominar por su frustración, la misma que provoca una reacción violenta cuando siente la amenaza o cuando descubre comportamientos que le irritan; como en ese restaurante donde se abalanza sobre el individuo de actitud engreída que humilla a Charlie Waterman (Robert Warwick), la antigua estrella del cine mudo que ahoga su olvido en alcohol. En ese mismo local también rechaza a una actriz y prefiere hablar con la chica del guardarropa, porque ésta no pertenece a ese entorno de falso glamour que le repugna. Este solitario de reacciones inestables tiene en sus manos la posibilidad de escribir un guión, pero no a cambio de perder su personalidad, realizando una adaptación de una novela que no ha leído, ni piensa leer. Mildred (Martha Stewart), la empleada del local, sí la ha leído, circunstancia que motiva a Dixon a pedirle que le acompañe a su casa, para que allí, en la intimidad, le cuente el argumento; la historia que le expone Mildred carece de interés, confirmándose la primera impresión de Dixon, quien no puede evitar el pesimismo y la apatía que le produce su nuevo encargo. A Dixon Steele no hay nada que le satisfaga, porque nada llena su vacío, descubriendo su incapacidad para abandonar la soledad que le irrita y que le hace comportarse de un modo indiferente, en ocasiones cruel. La intriga de En un lugar solitario (In a lonely place) arranca con la aparición del sargento Nicolai (Frank Lovejoy), su antiguo compañero en el ejército, quien le pide que le acompañe a la comisaría. Pero esa misma intriga no sería más que una escusa o un detonante para desvelar las sensaciones en las que se encuentran atrapados sus protagonistas, mostrando el pesimismo, las dudas o los miedos, que parecen impedirles alcanzar un equilibrio en sus vidas. En el despacho del capitán Lochner (Carl Benton Reid) conoce el motivo que le ha llevado hasta allí: la aparición del cadáver de Mildred en una cuneta, este hecho parece no afectarle, no así la aparición en ese mismo despacho de su vecina, Laurel Gray (Gloria Grahame), quien declara que vio como Dixon Steele se despedía de una joven y se introducía de nuevo en su casa; además, Laurel completa su declaración afirmando que se siente atraída por el guionista. El capitán Lochner no puede acusarle, a pesar de considerarle como el sospechoso más lógico, sobre todo tras repasar los numerosos actos violentos cometidos por Steele. A raíz del careo con la policía se producen dos hechos: el primero permite la oportunidad de unir a dos almas solitarias, faltas de amor y de comprensión; y el segundo provoca la constante presencia policial (símbolo de la sospecha que les amenaza) que enturbia una relación que comienza plena, pero que acabará por convertirse en un hervidero de dudas y de nerviosismo cuando el capitán Lochner vuelve a llamar a Laurel Grey. Para no enturbiar la plenitud de un amor que ambos necesitan y que les llena, Laurel omite su encuentro con la policía. Pero esa armonía que han creado empieza a resquebrajarse durante la cena que celebran en la playa, donde Sylvia Nicolai (Jeff Donnell), inconscientemente, descubre que Laurel ha hablado con el capitán Lochner. Steele no puede soportar descubrir que Laurel le ha engañado, su temperamento le domina y, sin mediar palabra, abandona la compañía de sus amigos. Laurel le sigue, le observa tenso, a punto de estallar, cuestión que no tarda en suceder, produciéndose un nuevo brote de violencia desmedida que saca lo peor de Dixon Steele. Ese instante es crucial para ellos, pues a partir de él, Laurel vive angustiada por las dudas y las pesadillas que le confirman que Dixon sería capaz de matar, así nace el deseo huir del hombre que ama, pero que a la vez teme. En un lugar solitario (In a lonely place) no hay lugar para la esperanza, sólo para un breve e intenso interludio de amor, que volverá a convertirse en soledad, porque ellos no encajan en ese entorno hostil que ha creado el miedo, la desconfianza y, posiblemente, la violencia que domina a Dixon Steele.

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