sábado, 11 de febrero de 2012

Cayo Largo (1948)


El pequeño y tranquilo hotel que regentan James Temple (Lionel Barrymore) y su nuera Nora (Lauren Bacall) en Cayo Largo se convierte en el escenario del enfrentamiento entre dos hombres marcados por el pasado y por el presente en el que se encuentran. Frank McCloud (Humphrey Bogart) se detiene en esa pequeña localidad del sur de Florida para visitar a la mujer y al padre de un compañero caído en acto de servicio, pero sólo está de paso, y no se imagina que esa cortesía le permitirá reencontrarse consigo mismo. A pesar de que la guerra ha finalizado, este hombre no puede olvidar el desengaño que significó para él, pues ver morir a muchos buenos muchachos resultó un alto costo para una victoria que no ha confirmado su promesa de mejora. El desencanto que habita en Frank le impulsa a escapar de su propia naturaleza, pero la tormenta, interior y exterior, que se desata en el Hotel Largo le enfrentará a sí mismo y a Johnny Rocco (Edward G. Robinson), el mismo individuo que la cámara enfoca para mostrar su tranquilidad, mientras se fuma un habano en la bañera de su habitación, consciente de que controla la situación. Pero en el momento que habla se descubre al desequilibrado dictador que siempre ha sido, un hombre dominado por una vanidad exacerbada y por el recuerdo de una época que pretende recuperar, si zanja el lucrativo negocio que le ha llevado hasta ese pequeño hotel. Los excelentes diálogos que se producen entre los rehenes y los gánsteres de Cayo Largo (Key Largo, 1948) realzan la tensión que encierra una situación de gran intensidad; para lograr el impacto del que carecía la obra teatral en la que se inspira, John Huston contó con un contundente guion escrito por Richard Brooks y con un elenco actoral de primera magnitud, destacando el constante enfrentamiento entre Humphrey Bogart y Edward G.Robinson, magnífico en su papel de criminal sádico, despiadado y brutal, cercano a la locura creada por su enfermiza vanidad y por la época pasada que no puede olvidar. Otro de los aciertos de este hermético film de Huston se encuentra en la presencia de una actor de enorme talento como lo fue Lionel Barrymore, quien asumió un rol fuerte y decidido, a pesar de la imposibilidad que le retiene en la silla de ruedas desde la que dice lo que piensa, e incluso, en un arranque de voluntad, la abandona para intentar agredir a Rocco. La actuación de James Temple remarca la falta de posicionamiento inicial de Frank, de quien se espera una intervención heroica dado su pasado militar; sin embargo, se muestra cauto, porque para él carece de sentido arriesgar la vida por un criminal más o menos; quizá su creencia de que nada cambiaría si actuase sea la que le convence para no disparar cuando Rocco le entrega la pistola y le reta. Pero no se trata de un cobarde como creen los hombres de Rocco, o incluso algunos de sus compañeros de cautiverio, porque, tras las duras palabras que le dirige Nora, no tarda en arriesgar su vida al contrariar al gánster, al menos, en dos ocasiones: cuando proporciona a la alcoholizada, desesperada y humillada Gaye (Claire Trevor) la copa que Rocco le niega o cuando se interpone, a riesgo de su vida, entre el gánster y el anciano. Cayo Largo muestra una violencia verbal y gestual de alto voltaje, que agudiza la constante amenaza creada por la presencia de ese criminal que utiliza y humilla a cuantos se encuentran a su alrededor, un narcisista venido a menos que marca el comportamiento del (anti)héroe que, aunque pretende negar su condición heroica, sabe que no puede evitar la lucha porque su código moral es totalmente contrario al de su 
rival.

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