domingo, 15 de enero de 2012

La película del rey (1986)

Yo no creo que fuese un loco, en todo caso es un hombre que tiene una idea, que tiene un proyecto” dice David (Julio Chaves) al inicio de La película del rey, pero esta frase también lo define a él cuando su proyecto cinematográfico, que pretende llevar a cabo junto a su socio Arturo (Ulises Dumont), se convierte en una locura paralela a la historia que pretende narrar. Esta producción se presenta desde sus preparativos, su financiación, la contratación del equipo técnico o encontrar al actor idóneo para el papel de Oreille Antoine de Tounens, autoproclamado en 1860 rey de la Auracanía y la Patagonia. Este punto resulta de vital para el realizador, que rechaza a cuantos se presentan al casting, consciente de que necesita a alguien especial para encarnar al protagonista de la aventura cinematográfica que ha puesto en marcha. Por casualidad descubre al actor ideal, aunque en realidad este nunca ha actuado. Oso (Miguel Dedovich) acepta participar en el proyecto tras llegar a un acuerdo económico, de este modo, llega el momento de exclamar ¡cámara! ¡Acción! Sin embargo pronto se descubre que la filmación de La nueva Francia será un quebradero de cabeza. La ausencia de capital, la retirada de los actores profesionales, sustituidos por gente sin experiencia, y las complicaciones que surgen cuando llegan a las localizaciones de La Patagonia son algunas de las dificultades que David tendrá que superar si pretende realizar su película. Otro tipo de trabas se observan en la ficción, cuando Antoine de Tounens pretende instaurar una monarquía constitucional que proteja a los indios de los hombres blancos, un hecho que no llegó a cuajar. No obstante, este visionario o loco, sería aceptado por los indígenas y nombrado rey, aunque no sería reconocido por ningún gobierno establecido, circunstancia que comparte sufrir la producción, pues nadie parece dispuesta a apoyarla. A medida que avanza el rodaje surgen nuevas complicaciones que llevan a David al borde de la desesperación y a Arturo para conseguir el material que les permita proseguir con su empresa. Con frecuencia se habla de cine dentro de cine, nombrando grandes títulos, pero olvidando otros, quizá por el predominio del cine anglosajón, sin embargo La película del rey es una excelente muestra de ese tipo de films en la que Carlos Sorín expuso los entresijos del rodaje de una película independiente, cuya financiación pende de un hilo y en la que el pan de cada día se presenta en forma de contratiempos; así pues, Sorín realizó una película que permite adentrarse en cuestiones que suelen ser pasadas por alto (algo lógico si se supone que los espectadores acuden a las salas cinematográficas a disfrutar de una película en la que no se muestra su gestación). Pero ¿qué sucede antes y durante el rodaje? Quizá La película del rey ayude a contestar a esta pregunta, sin embargo su mayor acierto sería su equilibrada mezcla de drama y de humor, pues la imposibilidad de rodar que persigue a David se muestra desde una perspectiva divertida, no exenta de cierta crítica, que permite comprobar el día a día de un equipo que pasa por situaciones poco o nada acomodadas y, como consecuencia de falta de liquidez y de medios, se deshace como un castillo en el aire. Pero a pesar de todos los molinos de viento contra los que se enfrentan David y Arturo (sin poder vencerlos), mantienen una fe ciega en el proyecto, siendo David la parte fantasiosa de la pareja y Arturo la realista, aquel que se enfrenta a las cuestiones de organización, de ese modo se aprecia cómo se mueve para proteger a los actores o cómo consigue que les acepten en un orfanato donde les dan cobijo y comida, pero del que les echan por diferencias con el peculiar responsable del centro. Este hecho conlleva unas consecuencias inmediatas, los supervivientes del equipo se revelan y traicionan a David (como también Antoine de Tounens fue traicionado por uno de los suyos), quien se niega a rendirse y continúa el rodaje prácticamente solo. Una de las tarea de este o de cualquier director sería la improvisación cuando surgen imprevistos, y eso es lo que hace este realizador de tintes quijotescos. En su mente nace, ¿fruto de la desesperación o la locura?, una nueva estrategia de rodaje en la que no tiene que emplear actores de carne y hueso, sino maniquís que serían la imagen irreal que observa el protagonista de su película, un hecho que confirma su alejamiento de la realidad para dejarse atrapar en un mundo subjetivo que confirma su derrota (el mismo alejamiento que sufre David). Pero por mucho que idee e improvise, la imposibilidad no se aleja, cebándose en esa pareja, que, en la distancia y sin intercambio de personalidades, podría confundirse con un Quijote director y un Sancho productor embarcados en una aventura que les puede, pero que no les robará la esperanza de que habrá más aventuras.

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