domingo, 8 de enero de 2012

El último hurra (1958)


El mundo de la política que mostró John Ford en El último hurra (The Last Hurrah, 1958) se humaniza en su personaje principal, pero también enfrenta dos maneras de entenderlo, una tradicional representada por Frank Skeffington (Spencer Tracy) y otra mucho más conservadora basada en los nuevos medios de comunicación al servicio de las campañas electorales. Frank Skeffington se encuentra a las puertas de su quinta reelección como alcalde de una gran ciudad de Nueva Inglaterra; para él su ciudad lo es todo, a pesar de lo que digan sus detractores, quienes le acusan de hechos que ni pueden demostrar ni se pueden demostrar, pues el viejo alcalde es un hombre a su manera honesto que no se ha enriquecido en su cargo, y que si bien miente, lo hace para beneficiar a todos aquellos a quienes representa. La idea política que rige su comportamiento se encuentra al borde de la desaparición, posiblemente él sea el último representante de auténticos hombres públicos que se preocupan más por la ciudad que por los intereses de quienes pretenden controlarla. De este modo se produce un enfrentamiento entre el alcalde y las fuerzas más poderosas de la ciudad, ya sean banqueros como Norman Cass Sr. (Basil Rathbone), periodistas como Amos Force (John Carradine) o representantes de las distintas comunidades religiosas como el cardenal Martin Burke (Donald Crisp). Skeffington no se debe a los intereses de unos pocos, sino a los intereses de aquellos a quienes ha prometido unas condiciones de vida más dignas, y han confiado en él y en su promesa electoral. Sin embargo, la vida personal de este buen hombre no es del todo perfecta, pues, a pesar de ser un político capaz de controlar las situaciones que se le presentan, ha fracasado en la educación de su hijo (seguramente por su entrega al cargo público que ocupa). Frank Jr. (Arthur Walsh) resulta un individuo alocado y consentido que no muestra el menor interés por las actividades de su padre y que se contrapone con la serenidad e inteligencia que se percibe en Adam (Jeffrey Hunter), el sobrino del alcalde y testigo mudo de la campaña que se lleva a cabo. Adam observa y descubre la valía de un político humano que sabe que su tiempo se acaba, pues como afirma: “las campañas dejarán de ser puerta a puerta para convertirse en campañas televisivas o radiofónicas”. Dicha sentencia se convierte en realidad cuando se enfrenta a su oponente, un hombre pusilánime, marioneta de unos pocos, cuya imagen será reforzada por una campaña publicitaria con la que Skeffington sólo puede competir utilizando los métodos tradicionales, aquellos que siempre ha utilizado y que tan buenos resultados le han dado en el pasado. El enfrentamiento entre las dos maneras de enfocar la campaña presenta a dos hombres antagónicos: el individuo hecho a sí mismo y el político del futuro, un hombre con estudios superiores, pero carente de la conciencia política del primero; una simple marioneta de aquellos que le utilizan para alcanzar los fines lucrativos que persiguen. El último hurra (The last hurrah) se centra en la lucha de ese político que, consciente de su gran responsabilidad, pretende conseguir una mejora social, utilizando unas capacidades que su rival no posee, incluso a riesgo de su futuro político; porque cree que es lo justo, no para él, sino para los ciudadanos que han confiado al entregarle sus votos. Frank Skeffington sería una especie de político fuera de tiempo, porque su manera de entender la política no sirve en su presente, porque para los hombres más poderosos de la ciudad su presencia en el ayuntamiento significa un obstáculo para sus intereses. Frank Skeffington sabe que se encuentra ante su última oportunidad para seguir defendiendo los intereses de los votantes, una intención loable que se descubre en sus palabras y en sus actos; y que demuestra que este hombre sólo pretende hacer bien su trabajo porque es lo que sabe hacer. Al igual que también lo pretendía John Ford, quien simplemente quería rodar buenas películas, meta que consiguió con creces, porque sin duda era un excelente narrador de historias humanas como la del alcalde Frank Skeffington y la de muchos otros personajes que pueblan su extensa filmografía.

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