lunes, 30 de enero de 2012

Atraco a las 3 (1962)


A veces, ni pretendiéndolo sale y, a menudo, ni lo mejor ni lo peor encuentran una única explicación y las que se barajan no siempre son las definitivas. Cuando se escribe el guion, la idea esta ahí, cierto, pero nunca sale como se plantea en el papel. El caso es que siempre sale diferente, mejor, peor o, sencillamente, distinto de lo previsto, ya que la imagen en movimiento difiere de la letra estática y los actores y actrices dan alma particular a personajes que, vistos en pantalla, adquieren rasgos definidos y particulares que se asocian con cada miembro del reparto. Quizá, en ocasiones, la fortuna se alíe con el talento y las buenas intenciones, y quizá esa alianza se dio cuando José María Forqué llevó a la pantalla el argumento escrito por Vicente Escrivá y Vicente Coello y dio forma cinematográfica a Atraco a las tres (1962), una forma en la cual la gracia y el humor salen de la pantalla para formar parte de la mente del espectador. Su reparto, las situaciones caricaturizadas, el humor, el patetismo y la humanidad de los seis atracadores, bajo la batuta de Forqué, son algunas de las alegres circunstancias que se suman para dar como resultado una de las mejores comedias del cine español. Junto a las inolvidables interpretaciones, en Atraco a las 3 la comedia es la protagonista, pero también hay cabida para un humor por momentos ácido que, en su guasa, se ríe de aspectos inherentes a una sociedad en la cual la jerarquización y el peloteo también son protagonistas importantes. Pero el verdadero protagonismo del film recae en ese grupo de trabajadores honrados y mal valorados que rozan la mediocridad, de la que pretende salir aprovechando la propuesta del magnífico cajero con aspiraciones delictivas que les ha convencido para cometer, desde la dignidad de la risa, un robo poco profesional, accidentado y divertido, que podría convertirse en el golpe del siglo, único por la torpeza de sus participantes. Cuando Fernando Galíndez (José Luis López Vázquez) se entera de que han obligado a don Felipe (José Orjas), el director de la sucursal en la que trabaja, a tomarse unas vacaciones forzosas de larga duración se permite exponer sin tapujos su visión de los hechos y las futuras y lucrativas posibilidades que se abren ante ellos. Sus compañeros le escuchan asombrados, llegando a la conclusión de que se ha vuelto majara; no obstante, la idea que ha propuesto se fija en sus mentes, sobretodo cuando regresan a la normalidad del día a día y comprueban las carencias que les rodean, y que podrían dejar atrás si aceptasen colaborar con Galíndez. Galíndez se convierte en el cerebro de una operación perfecta, salvo por la minucia de pasar por alto que se trata de uno de los grupos de atracadores más ineptos y divertidos de la historia del cine, quizá sólo superado por sus colegas italianos de Rufufú (I soliti ignoti, Mario Monicelli, 1958). La filmografía de José María Forqué tiene títulos tan destacados como Amanecer en Puerta Oscura (1957) o Un millón en la basura (1967), pero, sin duda, su película más conocida es Atraco a las 3 (1962), en la que contó con un grupo de actores cuyo talento cómico alcanza una de sus cotas en su representación de inolvidables don nadie que sobreviven como pueden a la rutina de cada día, trabajando para un banco que les mal paga y que sustituye al bueno de don Felipe por don Prudencio (Manuel Díaz González), el empleado más repulsivo de la oficina, el mismo que pretenden utilizar como coartada cuando intenten robar los veinte millones de pesetas que llegarán a la sucursal donde trabajan. Atraco a las 3 se centra en ese grupo de despistados y torpes empleados de banca liderado por Galíndez, quien además de creerse un profesional en cuestiones delictivas se muestra tan inepto (o más) que sus compañeros, pero a ojos de estos pobres desgraciados destaca por la brillantez de su plan y por sus incuestionables opiniones al respecto. Sus socios resultan de lo más variopinto, aunque todos poseen el rasgo común de ser unos perdedores incurables; de este modo se observa en Castrillo (Alfredo Landa) un pesimismo pronunciado, cuestión que aumenta su nerviosismo y le otorga el rol de ser el peor preparado de todos, si es que alguno lo está; quien sí parece aceptar de buena grado la idea del golpe es Enriqueta (Gracita Morales), la única mujer dentro de este grupo de delincuentes asustadizos y negados, quien se conciencia de tal forma que en un momento determinado se caracteriza de atracadora, provocando los deseos de Benítez (Manuel Alexandre), el caradura de este equipo de ensueño para la risa. Para cerrar el sexteto y no dejar a nadie fuera del botín se requiere la presencia de Martínez (Cassen), el conserje, y de Cordero (Agustín González), dos elementos de vital importancia para alcanzar el desternillante humor que desprende esta magnífica comedia, que tuvo su gran acierto en contar con unos actores que bordaron sus papeles. Los preparativos de Galíndez & Cia parecen ir viento en proa, aumentando a cada paso unos contratiempos que alcanzan su cima cuando el líder espiritual de la oficina se decide a poner en práctica sus dotes de conquistador. Galíndez, servidor, siervo, esclavo, amigo se pone al servicio de Katia Durán (Katia Loritz), a la sazón la mujer fatal del film, la belleza capaz de volver loco de deseo al “único profesional” del grupo. Katia Durán le maneja a su antojo, consiguiendo de este modo que Galíndez incumpla la norma no escrita más importante de todas: no irse de la lengua y no confesar sus intenciones.

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