lunes, 5 de diciembre de 2011

La cena de los acusados (1934)



Nada enturbia el paraíso cinematográfico donde se asienta La cena de los acusados (The Thin Man, 1934), ni siquiera los asesinatos ni la incompetencia policial que la valía de Nick Charles (William Powell) pone en evidencia. Tanto el espacio como los personajes y la intriga escapan de la realidad para adentrarse en un ambiente de cócteles y frivolidad, de ironía y mezcla de humor y misterio. El combinado servido por W. S. Van Dyke tiene sabor, no indigesta, quizá empalague un mínimo a los paladares que gustan de sabores amargos, pero es liviano, de consumo rápido, y sus efectos no tardan en desaparecer y no dejan resaca. Dicha mezcla resultó exitosa, en buena medida gracias a su ingrediente principal, la química de su pareja protagonista, y ese éxito animó a la Metro Goldwyn Meyer a seguir la evolución matrimonial de los Charles, una pareja que tendría que resolver nuevos casos en compañía de Asta, su asustadizo perro, en secuelas que siguieron el mismo patrón narrativo que La cena de los acusados, desenfadada intriga que tuvo su referente literario en la novela homónima escrita por Dashiell Hammett, uno de los maestros de la novela negra. Sin embargo, como se apunta al inicio del texto, no se trata de un film oscuro y pesimista como serían las producciones encuadradas dentro del cine negro, sino que W. S. Van Dyke mezcló la intriga con la comedia para ofrecer la imagen de un detective despreocupado pero infalible, como demuestra en la cena que organiza para reunir a los sospechosos, que, a la fuerza, aceptan la invitación del matrimonio Charles. Pero eso forma parte de la resolución del caso; antes descubrimos a Nick Charles retirado, comentando cómo preparar los combinados que tanto le gustan. No quiere saber nada de crímenes y misterios, porque ahora sólo desea divertirse con su bella y millonaria esposa (Myrna Loy), mientras bebe decenas de copas que parecen no afectarle. La vida de Nick transcurre de fiesta en fiesta porque no tiene nada mejor que hacer, salvo preparar combinados al tiempo que mantiene una cariñosa lucha verbal con Nora, a quien presentará a sus antiguos amigos: periodistas, policías, hombres un poco desequilibrados e incluso ex-convictos a los que había encarcelado, pero que aseguran que es un gran tipo. Durante la velada en la que se celebra el regreso de Nick a Nueva York, Dorothy (Maureen O'Sullivan), la hija de un viejo conocido que ha desaparecido y a quien se le acusa de cometer un asesinato, irrumpe en el hogar de los Charles, confesando que ella es la autora del crimen. Nick Charles sabe que miente, pero no tiene intención de ponerse a husmear, prefiere continuar bromeando con Nora y tomando copas como si se tratasen de vasos de agua. Pero, a Nora parece gustarle la idea de ver a su marido en acción, así que insiste en que se haga cargo del caso, pues sabe de su fama y resultaría divertido observarle, e incluso ayudarle, convirtiéndose en una especie de Dr.Watson femenino de la alta sociedad. Tras la aparición de Dorothy, son otros personajes importantes, también sospechosos, los que se presentan sin previo aviso en el apartamento del matrimonio; una constante que les mete de lleno en el misterio. Por lo tanto, lo único que Nick puede hacer es echar otro trago y ponerse manos a la obra para descubrir quién asesinó a Julia Wolf (Natalie Moorhead), la amante de Wymant (Edward Ellis), el presunto criminal, ex-marido de Mimi (Minna Gombell) y padre de Dorothy y Gilbert (William Henry). El tal Wymant es el principal sospechoso, pero no para Nick Charles, como demuestra la apuesta de cien dólares que hace con el teniente Guild (Nat Pendleton). Sin prisa y sin que su sentido del humor desaparezca, Nick perfila su lista de sospechosos, a quienes invitará a una velada en la que pretende desenmascarar al culpable.

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