jueves, 15 de diciembre de 2011

El baile de los malditos (1958)


En su conjunto, el drama bélico desarrollado en El baile de los malditos (The Young Lions, 1958) funciona, aunque no puede evitar transmitir la sensación de que falta un algo más, en cualquiera de las tres historias que narra. Pero esta impresión no afecta a que Edward Dmytryk rodase un film digno, en el que prioriza los sentimientos y evolución de Michael (Dean Martin), Noah Ackerman (Montgomey Clift) y Christian (Marlon Brando), el profesor de esquí alemán con quien se inicia la historia en la Noche Vieja de 1938, antes de que estalle la guerra. Christian se presenta como un joven sencillo, sin ideas políticas y sin ambiciones, pero con la equivocada creencia de que su gobierno trabaja en beneficio del país, cuestión que confiesa a Margaret (Barbara Rush), la joven americana que sería una especie de nexo entre los protagonistas principales. La acción se traslada a Nueva York para presentar a Michael y a Ackerman en la oficina de reclutamiento, donde se muestra parte de sus personalidades y un destino común: su inminente incorporación a filas, cuestión que asumen de manera distinta. El tiempo pasa y la guerra les reclama, como también lo haría con otros muchos jóvenes estadounidenses, sin embargo Michael no desea asumir un compromiso con su país que le conduciría directamente a los campos de batalla europeos. La falta de interés de Michael en participar en el conflicto es evidente, un ejemplo claro de ésto se observa cuando le dice a Margaret, su novia, "para qué luchar contra japoneses y alemanes si en diez años serán nuestros amigos". La postura de Michael no es la de Margaret, eso es evidente, pero a pesar de ello aún se aman, pero es un amor que se enfrenta, porque son dos seres que pretenden cosas diferentes; por ese motivo parecen distanciarse, pero sin llegar a separarse. Todo lo contrario sucede con Noah Ackerman, quien en la primera noche que coincide con Hope (Hope Lange) le dice que la quiere, confesión que podría parecer extraña y precipitada, pero tras conocer la personalidad de este individuo, a quien sus compañeros y oficial al mando hacen la vida imposible en el campamento militar, no resulta ni sorprendente ni falsa. Los años avanzan, al igual que los alemanes; la caída de Francia en 1940 deja a Inglaterra como el único rival que lucha contra Alemania, así pues, los ingleses deben prepararse para defenderse, permitiendo que los alemanes se queden con un continente por el que se han extendido. Los primeros momentos de dominio en suelo parisino proporcionan a Christian la oportunidad para descubrir que él no quiere hacer aquello que se le ordena: detener a muchachos, que posteriormente serán torturados. Cuando descubre esa realidad, su oposición se confirma; desea salir de allí, olvidarse de lo que ha visto y regresar al campo de batalla. Él es un soldado, no un verdugo o un agente represivo, por ese motivo no duda en encararse con el capitán Hardenberg (Maximilian Schell), su superior, y pedirle el traslado. Ante la negativa del capitán regresa a Berlín para disfrutar de su permiso, donde visita a la esposa de Hardenberg, Gretchen (May Britt), con quien mantiene un idilio de una sola noche. Gretchen Hardenberg resulta ser una mujer que vive en una opulencia desmedida para los tiempos que corren, sin embargo, en un segundo encuentro, menos romántico, esa imagen de riqueza y comodidad desaparecerá por completo, dejando claro que la guerra ha cambiado su rumbo. Las historias avanzan, de igual modo que avanza la contienda, ofreciendo la oportunidad a Chistian para descubrir el amor en Françoise (Liliane Montevecchi), una joven francesa que inicialmente le rechaza por ser un soldado enemigo, y a quien acabará abandonando porque ama a su país y no puede dejarlo en la estacada cuando éste le necesita, a pesar de sentirse harto de una guerra carente de sentido. Sin embargo, no será hasta la parte final cuando este individuo, no muy diferente de Michael o de Ackerman, asuma que ya no quiere luchar porque ha comprendido que la lucha no era por su país, sino por los fanáticos que lo han controlado. El baile de los malditos (The young lions) intentó mostrar las luchas que mantenían los tres hombres (que podrían ser las luchas de muchos otros soldados): Michael consigo mismo y su afán por permanecer al margen de la contienda, Christian, desengañado, enfrenta su patriotismo con las constantes ganas de abandonar una guerra en la que observa cosas que nunca habría creído posible, y la lucha de Ackerman contra sus propios compañeros, porque tiene que demostrar que es un hombre como ellos, válido, decidido y digno de respeto. Ackerman acepta lo que tiene que hacer, incluso en todo momento parece saberlo, aunque inicialmente semeje el más débil de los tres, puede que parte de esa confianza y de esa fuerza la obtenga de Hope, la mujer que le ama y que se encuentra a punto de darle una hija. A pesar de ser tres los protagonistas, las historias no tienen el mismo peso, siendo la de Michael la menos explotada y la más convencional, una pena, pues el personaje de Dean Martin podría haber dado más de sí, pero compartir cartel con Marlon Brando y Montgomery Clift, dos de los mejores actores de su generación, no le permitiría mayor protagonismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario