lunes, 12 de diciembre de 2011

Divorcio a la italiana (1961)


La realidad da para mucho, sobre todo cuando se ironiza sobre ella y se satiriza con elegancia, humor y talento para hacerlo sin caer en lo soez. Eso es lo que hace Pietro Germi en una comedia que parte de la realidad de que el divorcio no era una opción en Italia, por lo que tampoco es una opción para Fernando (Marcello Mastroianni), al menos no el divorcio legal que sería un imposible dada su condición de noble y las costumbres del mundo en el que vive y que presenta al inicio del film. Por ese motivo piensa en otras formas de deshacerse de su esposa (Daniela Rocca), a quien ni ama ni soporta, a pesar de que ésta se muestre como la mujer más cariñosa que podría encontrar. Fernando tiene un sueño, un deseo de amor que se descubre desde la ventana del aseo cuando observa a su prima Ángela (Stefania Sandrelli), una joven de diecisiete años que ha nublado su razón. La vida de este barón siciliano se convierte en una carrera en pos de su meta, una meta que vislumbra tras asistir a un juicio por homicidio, donde una esposa cubierta de oprobio es juzgada por asesinar a su esposo infiel. Esa es la solución, un crimen de honor con el que pueda deshacerse de Rosalía y comenzar una nueva y satisfactoria vida al lado de Ángela, aunque para que eso ocurra debe encontrar al candidato perfecto para su mujer.

La comedia italiana tiene en Divorcio a la italiana (Divorzio all'italiana, 1961) una de sus cotas más oscuras, irónicas y divertidas, en la que el amante, interpretado magistralmente por Marcello Mastroianni, se las ingenia para poner en marcha su plan audaz, pero el camino hacia el éxito está lleno de altibajos e imprevistos que irá presentando desde su propia voz, permitiendo que la narración se exponga desde un tiempo posterior a las imágenes que vemos en la pantalla. Este recursos es un acierto que muestra los pasos que el protagonista pretende dar al tiempo que expone cómo piensa que se desarrollará su juicio cuando consume lo que calificarán como crimen pasional. Sin embargo, su esposa parece mantenerse fiel, a pesar de haber encontrado al candidato perfecto en la figura del pintor Carmelo Patanè (Leopoldo Trieste), un antiguo enamorado de Rosalía, a quien Fernando ha introducido en su hogar para sembrar la semilla del deseo en su esposa. Las tácticas utilizadas por el barón muestran a un hombre frío y calculador, pues ha preparado un ambiente propicio para que su mujer sucumba, de igual modo que ha creado la coartada perfecta para que se crea que el crimen que pretende cometer sea un acto no premeditado, fruto de la enajenación que le produciría encontrar a su amada esposa en brazos de otro hombre, siendo deshonrado y con él toda su familia. No obstante, las cosas no salen como el desea, al menos no como las planea; pero es un tipo decidido y el amor que Ángela corresponde le ofrece las artes necesarias para sobrevivir a los imprevistos y a la constante lucha entre las dos ramas de la familia que viven en las alas opuestas del palacio. La preparación que Fernando realiza no deja cabos sueltos, cuenta con el código penal que minimiza un crimen capital por cuestiones de honra, con un abogado que más bien parece un vendedor de feria capaz de conquistar las mentes de quienes le escuchan y con el rechazo de unos vecinos que exigirán que su honor sea limpiado con el derramamiento de la sangre de los amantes clandestinos.

¿Cómo lo hizo? A veces, no hay respuestas para explicar el todo que se ve en la pantalla. Sencillamente, todo funciona y en buena medida se debe al reparto, a la historia y las situaciones, y a Pietro Germi, que realizó una comedia soberbia, en la que el costumbrismo enraizado en los pequeños pueblos sicilianos de finales de la década de 1950 le sirvió como fondo para la realización de una trama cruel, perpetrada por Fernando, quien prepara todos sus movimientos a conciencia, basándose en esas costumbres de honor malentendido que le ofrecerían una excusa para cometer su vil acto y para que su pena no superase los tres años de presidio. La acidez y la ironía con la que se muestran los hechos alcanzan un grado excepcional de humor negro e inteligente que permite pensar y disfrutar con los preparativos de este marido frío, manipulador y calculador, que hace todo lo posible para que su mujer le ponga los cuernos, porque ha perdido la noción de la realidad al descubrir la promesa de un amor perfecto en el rostro de una mujer veinte años más joven que él, a quien pretende conseguir mediante un acto de falso honor y una mínima condena en la cárcel, aunque posiblemente se encuentre con algo que no espera cuando afirma que la vida empieza a los cuarenta.



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