miércoles, 30 de noviembre de 2011

¿Vencedores o vencidos? (El juicio de Nuremberg) (1961)


Finalizada la Segunda Guerra Mundial, los aliados no pudieron juzgar a los principales culpables de uno de los periodos más oscuros y sangrientos de la Historia, debido a que los líderes del régimen nacionalsocialista habían muerto o desaparecido; sin embargo, existía un crimen que clamaba ya no justicia, pues esta ya había brillado por su ausencia cuando nadie hizo nada por evitar los hechos que se sucedieron; de modo que lo que se busca en la posguerra de Vencedores o vencidos (Judgement at Nuremberg, 1961) es un juicio que limpie conciencias y una sentencia que satisfaga a la opinión internacional. Nadie juzga que durante aquellos años de nacionalsocialismo se desató lo peor de la humanidad en una Alemania que en la posguerra vive derrotada y avergonzada. Eso se da por hecho, pero ¿se puede juzgar a un pueblo por sus líderes? ¿Por qué ha de juzgarlo un tribunal estadounidense y no uno alemán o que reúna a todas las nacionalidades del mundo? ¿Por qué se llegó a tal situación? ¿Quienes son los verdaderos culpables? ¿Es tan sencillo como señalar unos nombres o es algo más complejo? ¿Cómo ser justo cuando se juzga para culpar y calmar conciencias? Esta es la realidad con la que se encuentra el juez Dan Haywood (Spencer Tracy) cuando llega a Nuremberg, la realidad a la que da vueltas mientras pasea por la ciudad donde se habían celebrado y festejado las reuniones anuales del partido nazi. Haywood es consciente de no ser la primera opción, ya que sabe que le han ofrecido el encargo porque otros colegas de profesión lo rechazaron por motivos dispares, entre los que se encontraría la escasa repercusión mediática del proceso, porque, en ese instante, ya son otros los problemas que acaparan el interese de la opinión pública internacional, salvo a la alemana, que desea olvidar y no verse juzgada a través de los cuatro acusados que aguardan el proceso. En 1948, el presente del juez, la mayor preocupación no reside en los juicios de Nuremberg, pues otro problema empieza a llamar la atención de los gobiernos y de la prensa, una amenaza que se gesta en tiempos de paz y que parece enfrentar a los intereses de los aliados; de este modo, la expansión soviética es más preocupante que el caso que preside Haywood, y lo es porque el futuro de Europa se encuentra en juego, siendo Alemania la llave para poder frenar a los comunistas. Así pues, tras apenas tres años del fin de la contienda en Europa, empezaba a gestarse una nueva, una diferente a la anterior, pero que podría derivar en hechos similares. La Guerra Fría se convierte en un obstáculo más en la decisión del tribunal para emitir un veredicto que juzga los crímenes cometidos antes y durante el régimen que ha destrozado un país que sólo desea olvidar. Las presiones salen a flote, porque los intereses ya no pasan por castigar sino por conseguir que el pueblo alemán se posicione a favor de quienes desean frenar la expansión comunista. Pero en el interior de la sala del tribunal esa cuestión no puede ser tenida en cuenta por un juez que pretende aplicar la justicia, porque es un hombre justo que cree en la justicia legal y humana, una noble creencia que le impulsa a ser imparcial y permisivo para que el abogado defensor exponga, sin presión ni censura, la defensa de sus clientes, sobre todo la de Ernest Jannings (Burt Lancaster), hombre de leyes que ha servido bajo el régimen nacionalsocialista y que anteriormente a éste había defendido la aplicación de una ley más justa. Ernest Jannings ha comprendido que no actuó correctamente, como también sabe que no desea participar en un acto en el que no cree, porque ya ha emitido su veredicto y nadie le hará cambiar de sentencia. Vencedores o vencidos sigue la vista en la que se juzga la implicación de cuatro jueces alemanes acusados de favorecer y asumir las injusticias de un gobierno que había legalizado la esterilización para los considerados no aptos —práctica aberrante que ya se había llevada a acabo con anterioridad en otros países— o la pena de muerte para todos los judíos que mantuviesen relaciones con miembros ajenos a su comunidad. A los acusados se les juzga por crímenes que permitieron y apoyaron con sus firmas, negando los derechos básicos de parte de la población alemana, por el simple hecho de no cumplir con lo estipulado en una ley injusta e inhumana, reflejo de la injusticia de un régimen irracional al que hombres como los acusados apoyaron desde sus convicciones o como en el caso del juez Jannings desde su aceptación. Así pues, ellos fueron responsables, en mayor o menor medida, de muchas de las atrocidades cometidas, a pesar de no conocer la verdadera dimensión de sus sentencias, pues pocos serían los que tendrían constancia de los terribles hechos cometidos en los campos de exterminio que muestra el coronel Lawson (Richard Widmark) durante la proyección de una película que sobrecoge y que muestra parte del atroz crimen cometido contra la humanidad. Sin embargo, la defensa del abogado Hans Rolfe (Maximilliam Schell) se basa en el deber de cumplir con el código penal vigente, a pesar de ser injusto, pues era el que existía en ese momento y sus defendidos debían, como jueces y como patriotas, cuidar de su cumplimiento; una falacia o argucia legal que intenta tirar por tierra las acusaciones. De este modo, la principal baza con la que juega el defensor es la del patriotismo de sus clientes, una palabra mal empleada en un sin fin de ocasiones, que sirvió a muchos para justificar sus crímenes, una palabra peligrosa que debe ser utilizada con sentido y no como excusa. Acaso ¿no eran las víctimas hombres y mujeres nacidos en el país, tan patriotas como cualquier otro? ¿no era Rudolph Petersen (Montgomery Cliff) un ciudadano como también lo eran las demás víctimas? Esa teoría del patriotismo y del cumplimiento del deber exaspera al coronel, quien no puede olvidar los hechos que presenció cuando liberó el campo de concentración donde filmó la película. Lawson no quiere que se olviden los hechos, no quiere que se dé una palmadita en la espalda de los acusados y se les deje en libertad, sólo quiere que se haga justicia, aunque para ello deba soportar las presiones externas que sufre como consecuencia de la Guerra Fría que amenaza a Europa y de la sensación de ser juzgado que domina al pueblo alemán, representado por la Señora Bertholt (Marlene Dietrich). Este sería otro de los puntos en los que se apoya un abogado defensor que no se da por vencido, que desacredita a los testigos para ofrecer la oportunidad legal a unos defendidos que negaron las de otros. El director y productor Stanley Kramer pretendió con El juicio de Nuremberg una especie de documental que se acercase a los hechos que rodearon los juicios que se celebraron tras la contienda, hechos que implicarían circunstancias complejas como serían la búsqueda de culpables para poner fin a uno de los periodos más negros de la Historia o el inicio de un enfrentamiento no consumado, desde un punto de vista bélico global, que marcaría la segunda mitad del siglo XX.

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