lunes, 14 de noviembre de 2011

Tiempos modernos (1936)


Hay algo mágico en Charles Chaplin, en cómo mira la miseria y encuentra esperanza, en cómo, a través de su vagabundo, crea su propio sentido ético y estético, cómico y humano. Así, en su ironía, entre un rebaño de ovejas que se dirige al matadero, introduce una negra que simboliza su postura crítica y a la vez esperanzadora, la que asumirá su personaje a lo largo de Tiempos modernos (Modern Times, 1936). Esa primera imagen indica que su propuesta y su vagabundo caminarán a contracorriente, en sentido opuesto al de los borregos que sustituye por un grupo de trabajadores que comparten un destino similar al de los cuadrúpedos. Expuesto el símil, no le interesa conducirlos al matadero, le interesa llevarlos a la fábrica de acero donde los obreros trabajan sin descanso, realizando una y otra vez la misma función, mientras son observados por el presidente, cuyas funciones se limitan al ocio y a la vigilancia. Desde la comodidad de su despacho, el empresario exige a sus empleados mayor productividad, más velocidad, incluso, si resulta práctica, pretende apurar o reducir la hora del almuerzo con la adquisición de una nueva máquina.


El entorno tecnológico queda perfectamente apuntado por
Chaplin, y lo aprovecha para introducir el desorden y la risa provocadas por su personaje apretando tuercas o, más adelante, sorprendido por el robot-cocina que lo alimenta sin descanso, para que él no pueda descansar y regrese con las pilas cargadas al mundo de Tiempos modernos, donde el maquinismo amenaza transformar al individuo en hombre-máquina. La tecnología no está ahí para ayudarle, sino para aumentar su productividad y, en el peor de los casos, para esclavizarlo o engullirlo como parte de un engranaje deshumanizado. Las máquinas lo atrapan y lo retienen en su interior como queriendo demostrar que se han apoderado de él, que limitan su libertad y su pensamiento, pero Chaplin logra escapar y deambula por diferentes situaciones dramáticas -hambre, desempleo, huelgas, abusos...- para hacer reír y aferrarse a la esperanza del amanecer de una humanidad más justa, del caminar junto a la golfilla (Paulette Goddard) hacia el horizonte que se abre ante ellos y para todos los que quieran acompañarlos. Tiempos modernos no da tregua a un antihéroe diferente que sufre la depresión nerviosa (su vuelta a la cordura) en la fábrica o a quien confunden con un líder comunista que va a parar a prisión, de donde no quiere salir, pues allí tiene techo y comida, dos necesidades básicas que fuera de los muros del presido brillan por su ausencia, como se descubre en el entorno de la golfilla y familia. Es el reino de la miseria, del desempleo y del hambre, de las huelgas y de las fuerzas represivas o de la muerte del padre de familia. Pero también es el espacio donde el vagabundo se hace cargo de la adolescente y fugitiva de la justicia, una joven que roba una barra de pan al no encontrar otro medio para alimentarse, una mujer que, en circunstancias favorables, se ganaría la vida dentro de la legalidad, de igual modo que lo haría el vagabundo, quien a pesar de conseguir varios oficios no es capaz de conservarlos, quizá por ser sinónimo de desastre o puede que un desastre divertido le persiga.


La pareja protagonista se mueve a contracorriente, y eso mismo hace 
Tiempos modernos respecto al cine de su época, ya que resulta ajena al momento en el que se rueda. Charles Chaplin decide no hablar, ni deja que lo hagan los demás personajes, salvo el presidente de la compañía, salvedad que remarca una diferencia: que el patrón es el único que saca provecho de esa modernidad que esclaviza a sus obreros y los condena a permanecer anclados, hora tras hora, realizando la misma labor; de este modo, rechazando el lenguaje oral, la propuesta chaplinesca se plantea cual film mudo, con intertítulos que sirven para informar del paso del tiempo entre otros aspectos de la trama, pero sin intervenir en el mensaje que Chaplin transmite, porque, para establecer comunicación, solo necesita su humor, su lucidez, su humanismo y su negativa a ser hombre-maquina, puesto que sueña un mundo mejor y, en esa ilusión, vive su cine.

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