martes, 22 de noviembre de 2011

Nueve cartas a Berta (1965)


<<Pero yo solo me atrevía a hablar de Nueve cartas a Berta, una película que creo que planteaba sinceramente los problemas de dos generaciones diferentes, padres e hijos que no se entendían, los que habían hecho la guerra y los que no. Pero el señor Director General, nuestro protector, la prohibió a rajatabla. Curiosa ley de apoyo a los jóvenes diferentes. Yo conseguí entrevistarme con él. Dolorosa experiencia. Su recepción fue muy fría, aunque me felicitó por la honradez de la película, “de un intelectual de izquierdas”. Todo un consuelo. Y me previno sobre la imposibilidad de autorizarla mientras él fuese director general. Se lo impedía, según me explicó, una insalvable presión de militares y obispos, que, no sé cómo, se habían adelantado quejándose de la película. Yo, viéndome perdido, me atreví a preguntarle qué pasaría si lograba que gente como el padre vencedor que yo retrataba en el film me apoyaba. Y sonrió: bien, adelante, inténtelo usted. Y claro que lo intenté.>>


Basilo Martín Patino: Los “Nuevos Cines” de España. Ilusiones y desencantos de los años sesenta. (Edición Carlos F. Heredero y José Enrique Monterde). Institut Valencià de Cinematografia Ricardo Muñoz Suay, Valencia, 2003



La situación que vivía el cine español de la primera mitad de la década de 1960 prometía el cambio que muchos cineastas llevaban tiempo esperando, entre ellos
Basilio Martín Patino, un cambio que ya se había exigido en las conversaciones de Salamanca, en 1955. Pero la irrupción del llamado Nuevo Cine Español solo fue un espejismo en la complejidad de un periodo político, económico y social que buscaba lavar su imagen y acercarse al exterior en su intento de modernizarse, desarrollarse y venderse como un paraíso acogedor e inmejorable para el turismo. Aprovechando esta situación, que también buscaba el prestigio cultural en lugares como los festivales internacionales (aunque para las películas españolas exhibidas no desapareció el ostracismo en las salas del país), se produjo un breve esplendor en el cine español de la época. Y uno de los que puso brillantez fue Patino, cuyo debut en la realización de largometrajes fue valiente, reflexivo y, sobre todo, destaca por la poética de un cineasta que se valió de experiencias propias para ofrecer el protagonismo de Nueve cartas a Berta (1965) a un joven salmantino que comprende la realidad que le rodea gracias a su estancia en tierras inglesas, donde conoció a Berta, un personaje que no aparece en pantalla, pero a quien Lorenzo (Emilio Gutiérrez Caba) se dirige mediante nueve cartas en las que expone sus pensamientos, sus dudas y la soledad que le confiere el sentirse diferente tras haber descubierto una nueva realidad, distinta a la que conocía hasta entonces. Lorenzo se crio en Salamanca, bajo la tutela de unos padres conservadores, educados en la estricta y tradicional moral que les exige acatar lo establecido sin dudar de su valía, hecho esencial para sentirse integrado. Esta educación les ha impedido descubrir que existe más mundo que el mostrado, un mundo que Lorenzo descubre durante su estancia en el extranjero y que le obliga, a partir de su retorno, a plantearse cuanto le rodea, una vida aburrida y sin sentido, dominada por las costumbres que ya no calman sus inquietudes. Para serenar su espíritu se dirige a Berta, a quien escribe, pero de quien nunca lee una carta. Sus escritos hablan de amor, de dudas, de la familia, de descubrimientos o de la agonía que le domina y le produce la apatía que asusta a sus familiares, al tiempo que le ausenta en su relación con Mary Tere (Elsa Baeza), una novia que asume que en su vida ya no puede haber más hombre que él, aunque nada sabe de la rival imaginaria y real conocida durante el exilio. Nueve cartas a Berta plantea varios puntos interesantes que desvelan parte del comportamiento de la sociedad española de mediados de la década de 1960, y que se observan en la vida cotidiana que se desarrolla en las ciudades de provincias, como sería el caso de la Salamanca donde Patino ubicó gran parte de la película. Sus habitantes, sus costumbres o la aceptación de sus jóvenes para perpetuar la vida heredada de generaciones anteriores, lo cual los aparta de las cuestiones planteadas en las cartas que Lorenzo escribe a esa imagen idealizada. Aunque por mucho que las escriba desde la sinceridad, semeja descubrirse una contradicción entre la voz que acompaña a las imágenes (que mostraría el contenido de las misivas) y la falta de acción a la hora de corroborar sus pensamientos. ¿Por qué, si ama a Berta, no se sincera con su novia Mary Tere? ¿Por qué, si no encuentra satisfacción en su vida, la acepta sin más opción que reflexionar sobre el papel y la teoría? ¿En realidad cree en sus palabras? ¿O sólo las escribe para sentirse más próximo de la mujer (y de lo que esta representa) que tanto lo impresionó durante aquellos dos meses de estadía en Inglaterra? ¿O las escribe por la frescura del recuerdo de una tierra donde comprendió que existía algo más que lo observado en su ciudad, pero dejándose llevar aunque no lo pretenda? Otro de los puntos tratados por Basilio M. Patino en su primer largometraje fue el exilio forzado tras la conclusión de la Guerra Civil de una buena parte de españoles y españolas de ideas ajenas al régimen en el poder, aunque en este caso solo se expone por encima, cuando se alude al padre de Berta, profesor que había escrito sobre la existencia de dos Españas, una realidad que desagrada al padre de Lorenzo (Antonio Casas), hombre evidentemente conservador, y que intenta alejar de la mente de su hijo aquellas ideas que no comparte. Además de Lorenzo, de su padre y de Mary Tere, existe otro personaje de entidad, la madre (Mary Carrillo), condicionada por su estricta educación católica, que le impide comprender las inquietudes de su hijo y que le lleva a temer por la salud espiritual de este, cuando comienza a comportarse de un modo que ella considera extraño e incluso peligroso. Sin embargo, el muchacho no sería más que un adelantado al tiempo de cambio que la sociedad española estaba a punto de experimentar con la llegada de la paulatina apertura de las fronteras, circunstancia que permitiría, a otros como Lorenzo, encontrar nuevas expectativas, alejándose de las enseñanzas tradicionales o la ignorancia basada en las creencias estipuladas, y tener acceso a nuevos conocimientos e interpretaciones, que, como piensa la figura materna, podrían llevar al hombre a la autodestrucción, una idea que muestra hasta que punto importa más acatar que poseer un pensamiento crítico que puede generar dudas, y con ellas, una pequeña revolución interna que provoca cambios en hábitos y en comportamientos, como sucede con el joven estudiante, quien creyéndose un bicho raro, incomprendido, ya no a ojos de los demás sino a los suyos propios, necesita a Berta, porque necesita encontrar el apoyo y la comprensión que no encuentra en aquellos que le rodean.


No hay comentarios:

Publicar un comentario