viernes, 25 de noviembre de 2011

Ciudad de Dios (2002)



La historia de Ciudad de Dios (Cidade de Deus) es la historia de muchos personajes y de uno sólo: Buscapé (Alexandre Rodrigues), el testigo que presenta los diferentes relatos que suceden en una de las fabelas más peligrosas de Río de Janeiro en la década de 1970, aunque como dice este joven fotógrafo, no se podría explicar la historia de Ciudad de Dios sin empezar contando la historia del trío ternura. De este modo la película viaja al pasado, a los años sesenta, cuando todos aquellos que se encontraban sin hogar acudían a Ciudad de Dios en busca de un lugar donde poder vivir. Sin las comodidades básicas allí vivían personas olvidadas por un gobierno que prefería desentenderse de los problemas que se producían entre la miseria y la desesperanza que de una cotidianidad que marcó el presente y el futuro de quienes las padecían. Sin embargo, las familias de Ciudad de Dios eran como cualquier otra, salvo por la diferencia de no tener trabajo o, los más afortunados, empleos mal remunerados, inconveniente que, entre otros, ayudaría a la aparición de delincuentes como Cabeleira (Jonathan Haagensen), Alicate (Jepechander Suplino) o Marreco (Renato De Souza), el famoso trío ternura que asaltaría un motel tras una idea del pequeño Dadinho (Douglas Silva), un niño al que solo parecía interesarle delinquir y poseer un arma que le permitiese saciar su sed de sangre. El robo no resulta como habían ideado, cuestión que les obliga a darse a la fuga y a esconderse hasta que la policía deje de buscarles, un hecho que no se producirá de inmediato, porque se ha producido una masacre durante el asalto. Esta sería la primera de muchas historia que, avanzando en el tiempo, presentan a personajes como Cenoura (Matheus Nachtergaele), Angélica (Alice Braga), Mané Galinha (Seu Jorge), Bené (Phellipe Haagensen) o Ze Pequeño (Leandro Firmino Da Hora), a quien años atrás se le conocía como Dadinho y que se ha convertido en un asesino a quien matar no resulta ningún problema, más bien parece que es la única manera que tiene para sentirse bien consigo mismo. El relato muestra dos perspectivas paralelas condenas a acercarse; por un lado se presenta la vida de esos jóvenes delincuentes que luchan por la posesión de un terreno en el que puedan desarrollar sus actividades delictivas, eliminando a la competencia, y sin que la policía se entrometa, ya que éstos cobrarían por mantenerse al margen y dejar que un tipo como Ze Pequeno impusiera su ley. Cuando este psicópata con aires de grandeza somete a la fabela, parece que la paz regresa, aunque sólo es un espejismo, pues no tardará en estallar una cruenta guerra entre su banda y la de Cenoura y Galinha, que acabará con la vida de muchos jóvenes de la fabela. Por otro lado Fernando Meirelles y su codirectora Kátia Lund utilizan al personaje de Buscape para mostrar una perspectiva distinta a la que se muestra en los delincuentes; el narrador no ha caído en el crimen, posiblemente porque tiene un sueño: ser fotógrafo; sea como fuere, se descubre en Buscape los intereses de un adolescente con inquietudes de adolescente, como sería divertirse con los amigos, agradar a Angélica, la chica con la que no le importaría perder la virginidad, o poseer una cámara menos cutre que la que ha podido conseguir. Buscape representa a esa juventud que se ha visto envuelta sin desearlo en un universo de violencia, caos y drogas, por eso desea permanecer alejado de Ze Pequeno, y por eso tampoco es capaz de delinquir cuando, desesperado, cree que es la única manera de conseguir algo. Por suerte para Buscape resulta ser un delincuente pésimo, pero también resulta un fracaso como don Juan, como descubre cuando Bené se presenta en la playa y Angelica cae rendida ante los encantos del delincuente más enrollado de Ciudad de Dios, un tipo legal, mano derecha de Ze Pequeno y el único capaz de calmar sus ansias de sangre. Tras presentar a todos los personajes mediante esas historias basadas en recuerdos, Ciudad de Dios (Cidade de Deus) entra de lleno en la batalla campal que asola la fabela, mostrando el sinsentido de una lucha a muerte, violenta, sangrienta y, como todas, inútil. Meirelles y Lund filmaron la representación de un hecho real de modo eficaz y contundente que sorprendió fuera de las fronteras de Brasil, alcanzando un rotundo éxito a nivel internacional gracias a una exposición de los hechos que mezcla con ritmo y acierto los diferentes tiempos por los que transitan historias y personajes que marcaron la vida de la fabela y, como no, la vida de un joven que aspira a ver realizado su sueño dentro de ese mundo de violencia del que desea salir.

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