viernes, 21 de octubre de 2011

El séptimo sello (1957)


Dos jugadores de ajedrez mueven ficha y expresan ideas y palabras, se retan conscientes de que el resultado final del juego tiene un vencedor y un derrotado, pero ¿cuál es uno y cuál el otro? Son la muerte y el caballero, que se enfrentan en un espacio donde
Ingmar Bergman se desdobla en opuestos y establece el diálogo entre ambas partes y consigo mismo. La vida mueve ficha tras su regreso de combatir en tierra santa, las dudas, el temor y las preguntas sin respuestas se agolpan en la mente de Antonius Blok (Max von Sydow), el caballero que se enfrenta a la muerte, consciente de que no podrá librarse de ella, pero esa misma certeza también hace que la existencia sea una realidad más hermosa, puesto que es única e irrepetible. Para Blok, la fe no es una opción. No desea creer, quiere entender y por ese motivo pretende ganar tiempo a la muerte (Bengt Ekerot), que se ha presentado silenciosa y amenazante, a quien propone una partida de ajedrez con la que intentará esquivarla y así poder encontrar unas respuestas que nadie, ni tan siquiera la propia muerte, puede ofrecerle. El séptimo sello (Det sjunde inseglet, 1957) expone una reflexión existencial, al tiempo que muestra las supersticiones religiosas que dominaban la época medieval por donde el caballero transita en su viaje hacia su castillo, en compañía de Jöns (Gunnar Björnstrand), su escudero, un hombre totalmente opuesto a él. Jöns posee otra visión de cuanto le rodea, para él, tras la vida sólo queda la nada, por eso la única opción sería disfrutar de una existencia que sabe única, sin embargo, su señor necesita comprender, no puede conformarse con aceptar la promesa de una existencia más allá de las sombras o con la hipótesis de que todo se acaba cuando la partida de ajedrez finaliza. Antonius avanza por un país desolado y masacrado por la peste negra, intentando comprender todo cuanto observa, para encontrar esa señal que calme su espíritu. Incluso, inconscientemente, se confiesa con la muerte, quien en silencio escucha las dudas de un contrincante que le desvela los movimientos de sus piezas; la parca es tramposa, una jugadora de ventaja consciente de la imposibilidad de que alguien se le escape, pero ese es su único conocimiento, ni siquiera ella puede contestar a un hombre que necesita que alguien le muestre algo tangible que le confirme la presencia de Dios y de esa vida prometida tras la partida. Para cumplir sus intenciones se detiene allí donde encuentra gente, a ellos pregunta, charla e incluso invita a que le acompañen, como sería el caso de la familia de juglares compuesta por Jof (Nils Poppe), Mia (Bibi Andersson) y el bebé de estos; en cuya compañía descubrirá un instante de paz, en el que comprende que disfrutar de las pequeñas cosas que forman la vida podría ser una respuesta, pero no la definitiva. Sin embargo ese almuerzo en el campo, en compañía de sus compañeros de viaje, le ofrece una nueva perspectiva para enfrentarse a esa muerte que acecha y desea finalizar una partida que sabe suya. Quizá El séptimo sello sea una de las películas más logradas de Ingmar Bergman, porque el cineasta expuso con sencillez y claridad pasmosa el itinerario de dos hombres de pensamientos opuestos ante la vida y la muerte, por un lado Antonius y la búsqueda teológica y metafísica que le explique el sentido de la vida y del más allá y, por otro, Jöns se decanta por lo tangible y terrenal, y por aquello que sus sentidos le permitan disfrutar u observar. Pero el viaje de esta pareja de cruzados, desilusionados por una guerra que no resultó como deseaban, recoge a otros personajes que caminarán a su lado hacia un encuentro inevitable, que cada uno tendrá que asumir según sus propios pensamientos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario