jueves, 6 de octubre de 2011

El salario del miedo (1953)


Cuando decidió llevar a la pantalla la novela de Georges Arnaud, Henri-Georges Clouzot quería a Yves Montand y a Jean Gabin para los personajes de Mario y Jo, pero Gabin rechazó el papel. Se negaba a interpretar a alguien que desvelaba cobardía tras su fachada de tipo duro. Ese alguien fue a parar al veterano Charles Vanel —su primera aparición en el cine se produjo en Jim Crown (Robert Péguy, 1910)—, que así lograba el papel de su vida interpretando al veterano trotamundos que llega a La Piedra con lo puesto, igual que el resto de fugitivos, aventureros y marginados sin un céntimo en los bolsillos que frecuentan la taberna local. El caso de Montand fue diferente al de Gabin, pues sí bien rechazaba el papel, acabó aceptándolo. El motivo de su rechazo era el miedo escénico, es decir, tenía miedo de no estar a la altura del personaje, del film y del propio Clouzot, cuya fama de director de hierro era sobradamente conocida. Finalmente, Clouzot se las arregló para convencerle de que podría ser Mario, el joven que admira a Jo; lo idolatra porque ve en él a un gran hombre: valiente y resolutivo ante cualquier situación. Pero esa idea de pedestal se rompe a medida que se desarrolla el peligroso viaje que ocupa la última parte de El salario del miedo (Le salaire de la peur, 1952)


¿Cómo han llegado Mario (Yves Montand) y otros como él a un lugar como La Piedra? Esta pregunta, que en Carga maldita (Sorcerer, William Friedkin, 1976) sí tiene respuesta al inicio del film, carece de importancia en la versión que Clouzot realizó de la novela de Georges Arnaud, lo que sí importa es la cruda realidad que les mantiene atrapados en ese aislado pueblo imaginario, en algún lugar de Latinoamérica (recreado en el sur de Francia), de donde escapar resulta prácticamente imposible. Todos anhelan abandonar esa cárcel de tierra, aire, sol, aburrimiento, hambre, sin embargo, salir de allí cuesta dinero, algo de lo que carecen. No hay trabajo, nada que hacer, salvo esperar en la puerta del bar del pueblo, viendo como los días se consumen y les alejan de sus hogares. La llegada a La Piedra de Jo (Charles Vanel) provoca un cambio en la monotonía de Mario, quien abandona la compañía de sus antiguos camaradas para pasar el rato con ese recién llegado al que admira por su valor y su decisión. Jo es un hombre maduro, curtido en mil batallas; por lo poco que se sabe de su pasado se adivina que ha tomado parte en muchos asuntos sucios en los que no ha dudado a la hora de emplear la violencia, no obstante ha tenido que huir, al igual que los demás, dejando tras de sí su fortuna y sus esperanzas. Como cualquiera de los europeos de La Piedra, su sueño es salir de allí. Sin embargo, resulta imposible, incluso cuando descubre que un viejo socio suyo, O'Brien (William Tubbs) es el gerente de la compañía petrolera cercana, su única esperanza. Pero O'Brien reniega de él, ahora las cosas han cambiado, él es quien manda allí y quiere seguir haciéndolo.


Clouzot aprovecha esta primera parte del film, más bien, la dedica, a presentar a sus personajes, su situación y su deseo común. Pero será a partir del incendio que se produce en el campo petrolífero cuando la acción que da título a este excelente e inquietante largometraje cobra sentido. “El salario del miedo” pone su precio en los cuatro mil dólares que O'Brien ofrece al conductor y co-piloto del camión que transporte una tonelada de nitroglicerina hasta el campo petrolífero. La noticia se propaga por el pueblo, llegando a los oídos de Mario y de los demás, quienes se presentan de inmediato como voluntarios, sin embargo, sólo cuatro podrán conseguir el trabajo. La misión que deben realizar consiste en transportar una tonelada de explosivos por una carretera prácticamente inexistente, dentro de un camión sin suspensiones y sin cualquier otro tipo de seguridades. La acción desesperada que deben llevar a cabo es arriesgada, más aún, es letal, cuestión de la que son conscientes  los pilotos voluntarios, saben que a la menor brusquedad el camión que pilotan podría saltar por los aires; pero eso no es peor que continuar prisionero en un lugar en el que ya se encuentran enterrados. El salario del miedo (Le salaire de la peur) recorre esa carretera, acompañando a los dos camiones en los que viajan Mario y Jo, Luigi (Folco Lulli) y Bimba (Peter van Eyck), por donde los obstáculos aparecen desde el primer momento, tanto fuera, en el firme, como dentro de la cabina, donde los nervios y el temor domina a cada uno de ellos, pero sobre todo a Jo, quien en un momento determinado afirma, asustado: <<no nos pagan por el trabajo, nos pagan por pasar miedo, pero aquí tenemos dividido el trabajo: tú conduces y yo paso miedo. Es mejor lo tuyo>>. Sin duda, las palabras de Jo son certeras, el miedo agudiza su caída y el reconocimiento de que su vida se ha marchitado, descubriéndose sin valor, carente de amor propio, pero el dinero que le espera al final del trayecto podría darles la libertad que les impulsa a aceptar el temor como vía hacia ese reinicio que anhelan.



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