miércoles, 12 de octubre de 2011

Al final de la escapada (1959)



Podría considerarse a Claude Chabrol y su película El bello Sergio (Le beau Serge, 1958) como el arranque cinematográfico de la Nouvelle Vague, pero hubo momentos anteriores, Agnès Varda y La Pointe Courte (1954) o Éric Rohmer y sus cortometrajes, y otros posteriores que confirmaban que algo estaba cambiando en el cine francés. François Truffaut y Los cuatrocientos golpes (Les 400 coups, 1959), Alain Resnais e Hiroshima, mon amour (1959) y Jean-Luc Godard en Al final de la escapada (Â bout de souffle, 1959) son quienes apuntalaron el cambio en el cine francés hacia finales de la década de 1950. Todos ellos se alejaban del cine narrativo convencional del que Godard se aparta desde el inicio de su extensa carrera. En Al final de la escapada ya se le observa anárquico e inconformista, con pretensiones de romper la narrativa tradicional para presentar la historia de un amor imposible entre un joven criminal y la mujer a quien cree amar. Para ello, intercaló de manera inusual y deslavazada planos cortos con otros demasiado largos, en los que cobran mayor relevancia los momentos de intimidad que comparten los amantes, quedando en un segundo plano los hechos que rodean al asesino y su supuesta fuga. El inicio del film presenta a Michel (Jean-Paul Belmondo), ese joven rebelde que vive sin aliento y que en poco menos de cinco minutos disparará contra el policía que le persigue, dando así pistoletazo de salida a una escapada que se detiene cuando el prófugo se presenta delante de Patricia (Jean Seberg), la joven norteamericana que ocupa su pensamiento. Ninguno de los dos sabe a ciencia cierta si se aman, aunque sí advierten la mutua atracción que les impulsa a compartir una especie de retiro romántico, en el que ambos muestran su carácter, sus dudas, sus debilidades... Al final de la escapada no es una película típica y, por tanto, escapa a cualquier intento de clasificación genérico. ¿Policíaco? ¿Drama? ¿Ensayo? Posiblemente todos o ninguno. Lo que sí queda claro en el debut de Jean-Luc Godard es su afán de revelarse contra la narrativa establecida, rompiendo las normas cinematográficas para dar forma a una película transgresora que, al tiempo que destruía las bases existentes, sentaría las que guiarían su cine, el cine de uno de los más atípicos cineastas salidos de Cahiers du Cinéma, y que ejercería una notable influencia en el cine posterior a su estreno. <<Godard en À boute de souffle (1960) marca un punto de giro en la historia del cine. Godard rompe con toda una tradición cinematográfica en el uso del tiempo y del espacio. Contribuye, para siempre, a despojarnos de tanta bazofia naturalista. Todo el mundo hoy, incluyendo la publicidad, los films comerciales, etc., se alimentan del gran aliento de Sin aliento [título de exhibición en Cuba]. Lástima que sus ideas sobre la vida no resultaran de tanto aliento como las del cine.>> (1) La ruptura y el nihilismo son principio y fin de la película, en la cual el cineasta filma cámara en mano o abusa de los saltos de un plano a otro, sin aparente homogeneidad. Además, se aprecia que el guión es una herramienta supeditada a la creatividad cinematográfica (del director) y al desarrollo de las necesidades que surgen durante el rodaje. Así, pues, se trataría de conseguir un film vivo como sus dos protagonistas, dos personas marcadas por la incertidumbre creada por la atracción que sienten y por la sucesión de momentos que comparten.


(1) Fragmento de Julio García Espinosa. La doble moral del cine (1988). Recogido por Juan Antonio García Borrero en Julio García Espinosa. Las estrategias de un provocador. Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, Huelva, 2001.

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