domingo, 11 de septiembre de 2011

Tiburón (1975)


Recuerdo la secuencia en Las vacaciones del señor Hulot (Les vacances de m. Hulot, Jacques Tati, 1953) en la que una barca se dobla por la mitad y continúa su avance por el agua, a escasos metros de los bañistas. Parece la cabeza de un gigantesco tiburón blanco y asusta a los turistas. Es un momento de comicidad que se opone al suspense y al terror que dos décadas después recorrerá las aguas de las playas de Tiburón (Jaws, 1975). El gag de Tati también tiene fondo musical, pero al ser parte de la broma del cómico francés no pretende agudizar la tensión como sí hacen las ya míticas notas musicales de John Williams que preceden al ataque del escualo que recorre las aguas que bañan el pueblo isleño donde Steven Spielberg ubica esta entretenida producción veraniega, que levantó y levanta pasiones entre un amplio sector de consumidores de palomitas y de aficionados a los sustos previsibles, también entre las mentes que encuentran en la postura del alcalde, y de otras fuerzas vivas de la localidad, una oportunidad para hablar sobre el turismo, seguridad o negocio. Negocio, lo que se dice uno lucrativo, fue la propia película, que junto títulos como Star Wars (George Lucas, 1977) y Desmadre a la americana (National Lampoon’s Animal House, John Landis, 1978) arrasaron las taquillas y agudizaron el infantilismo en el cine de Hollywood, creando un antes y un después industrial y cinematográfico. Siguiendo el hilo de mi necio razonamiento, diré que la mejor época para el infantilismo es la infancia, una época de la vida en la que se disfruta la playa y el mar. Eso no quiere decir que sea de su exclusiva, ya que también gustan a las familias, a los turistas y a ese tiburón que ha llegado a las costas de Amity Island.


Sol, mar, relajación y diversión son algunos de los atractivos que sirven de reclamo para que miles de turistas ocupen sus playas y sus hoteles, y proporcionen a los habitantes del pueblo el dinero que cada verano les llena los bolsillos. Sin embargo, esta lucrativa realidad se encuentra amenazada por la famosa partitura de 
Williams, que advierte del peligro que significa bañarse en las aguas de la isla. Quizá este año no sea el propicio para ello, quizá no sea tan divertido como en otras ocasiones, incluso podría ser peligroso, muy peligroso. Día tras día, el jefe de policía Brody (Roy Scheider) atiende las quejas de sus nuevos vecinos, banalidades que no le acarrean demasiadas preocupaciones, pero una llamada telefónica advirtiendo del hallazgo de los restos de una bañista altera la idílica paz en la que viven los vecinos del lugar. La primera reacción de Brody parece la más sensata, pretende cerrar las playas, sin embargo, encuentra la oposición de un alcalde (Murray Hamilton) que, viste americana y corbata para pasear por la playa, debería pensar algo más en la seguridad de la población que en el aspecto económico, que le ciega y le lleva a rechazar la idea del policía. El dinero prima sobre el sentido común, los vecinos son conscientes de que el verano ha llegado, no pueden permitirse perder esos ingresos que les sirven de sustento, sin embargo, puede que sean ellos quienes sirvan de sustento para el escualo gigantesco que ha hecho de las aguas de Amity su coto de caza. Brody se muestra tenso, nervioso, expectante, no puede dejar de mirar hacia la orilla y hacia las personas que se divierten dentro del agua, ajenas a la idea de que un gran tiburón blanco les acecha. De nuevo la música de Williams advierte del peligro que se aproxima desde las profundidades, la tensión aumenta, aunque las posibles víctimas continúan nadando y disfrutando de su refrescante baño en la más feliz de las ignorancias. Una nueva víctima, un niño, los bañistas huyen despavoridos, Brody siente impotencia y pesar, porque esa muerte podría haberse evitado si hubiesen prohibido el acceso al agua. El pánico se ha apoderado de toda la población, su fuente de ingreso se encuentra bajo el control de un escualo que no entiende ni de turismo ni de divisas; hay que acabar con él. La recompensa de 3000 $ por su captura desata la euforia entre unos paisanos que desconocen que el tiburón es un psicópata más sanguinario que Jack el destripador. Inconscientes del peligro salen en sus pequeñas embarcaciones, recorren la costa y por fin regresan con la pieza. Ahora el peligro ha desaparecido, la alegría y los parabienes sustituyen al temor, el muelle es una fiesta que calma las inquietudes y promete el regreso a la normalidad; no obstante, Matt Hooper (Richard Dreyfuss), experto del instituto oceanográfico, no está convencido de que el escualo que cuelga en el puerto, demasiado pequeño, pueda haber sido el causante de unas muertes tan horribles. Brody escucha el razonamiento de Hooper, no desea que más muertes evitables se produzca en el pueblo, sin embargo, cuando acuden al alcalde, éste da por zanjado el tema, porque el depredador ha sido cazado o, al menos, eso es lo que desea creer.


Steven Spielberg
dividió Tiburón en dos partes claramente diferenciadas; la primera desde tierra, donde la amenaza es constante para los bañistas, mientras los intereses económicos priman sobre la seguridad ciudadana, al tiempo que los personajes se presentan y los hechos se desarrollan desde una perspectiva tensa e inquietante. La segunda parte, tendrá lugar en el mar, cuando Quint (Robert Shaw), experto y veterano lobo de mar, entra en juego. En él depositan la esperanza y 10.000 $ para que elimine al escualo; su barco se convertirá en el escenario en el que Brody, Hooper y el mismo deben demostrar sus cualidades para dar caza a ese monstruo marino que podría acabar con ellos, al tiempo que se desarrolla una especie de camaradería impensable poco antes de partir. Tiburón resultó un enorme éxito económico, el primero de muchos para Spielberg, un film que se podría considerar el padre de posteriores producciones en las que una amenaza, procedente del reino animal, supera en fuerza a sus víctimas humanas; películas como Orca, la ballena asesina, Piraña, o las secuelas de Tiburón aprovecharon, para bien o para mal, el camino marcado por la película de Spielberg, sin duda, la mejor de todas ellas.

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