lunes, 15 de agosto de 2011

Caravana de paz (1950)


En el mejor cine de 
John Ford siempre hay algo subversivo y ese algo es su modo de ser. Cualquiera puede reconocer la presencia del cineasta en una escena de pelea o en la de un baile, también en su humor y en alguna que otra borrachera de los personajes. Pero Ford deja su impronta prácticamente en cada fotograma, y esa firma o marca no obedece más que a su personalidad individualista, contradictoria, poliédrica, creativa, rebelde, conservadora, liberal, madura e infantil. Ford es una amalgama del viejo y del nuevo mundo y el resultado salta a la vista: un cineasta moderno. Dudo que lo haya más moderno y universal, aunque existan otros de modernidad y universalidad pareja, pues hablando del oeste habla de todo un poco; habla de personas y personajes, de mitos y realidades. Igual admira a pioneros y madres que a mujeres de mala fama, a doctores borrachines, que a pendencieros, mal hablados, pero todos ellos de noble fondo. Lo que decanta las simpatías de Ford no es la imagen, a él poco le interesan los personajes angelicales, prefiere el rebelde. ¿Acaso hay algo más rebelde que una madre que lucha contra lo imposible para evitar que la familia se desmiembre? ¿O que esos hombres y mujeres que se lanzan a contracorriente, a veces sin destino claro, pero conservando sus valores tradicionales y su espíritu de lucha? Mucho de todo esto hay en Caravana de paz (Wagon Master, 1950), que rezuma humor y personajes fordianos por los cuatro costados, si es que una película tiene costados. Y si no, todos sus rollos son Ford, con escenas excepcionales de un cineasta en plena forma, así como la impagable actuación de Ward Bond, cuya presencia y personaje aventuran no pocas características del que asumiría seis años después en Centauros del desierto (The Searchers, 1956).


Cualquier western de
John Ford es una excepcional muestra de sencillez y maestría narrativa, Caravana de Paz no es una excepción, y permitió al director de origen irlandés rodar, una vez más, en un espacio abierto que era muy de su gusto, el Monument Valley. Por este paraje reconocible deambula la caravana de mormones liderada por Elder (Ward Bond), un hombre que pretende alcanzar su destino con la ayuda del Señor. Sin embargo, Travis (Ben Johnson) y Sandy (Harry Carey, Jr.) son dos tratantes de caballos que no creen que eso sea posible, y temiendo lo peor deciden guiar al grupo en un viaje hasta el valle del río San Juan. Esta noticia es bien recibida por casi todos los miembros de la expedición, ya que ese par de enviados de la providencia conocen el terreno y los peligros que se pueden presentar, sobre todo la falta de agua y los indios. No obstante, el verdadero enemigo no se presenta en ninguna de esas dos posibilidades, sino en un grupo de forajidos que huye de la ley y que considera una buena idea viajar en una caravana de mormones desarmados y pacíficos. De este modo, la amenaza real viaja entre ellos, representada en esa familia de asesinos que les necesita para alcanzar el objetivo de ponerse a salvo, pero a nadie se le escapa que cuando eso suceda ya no serán necesarios, y entonces, ¿qué?


Ford construyó un western de exteriores, que presenta a un grupo de colonizadores que persiguiendo un sueño no dudan en atravesar los parajes más inhóspitos para alcanzar una nueva vida en un nuevo lugar lleno de promesas. En esta ocasión los colonos son un grupo de pacíficos mormones, sin armas con las que defenderse de posibles ataques, lo cual aumenta el riesgo de la misión. Sin embargo, la confianza en la ayuda de un ser supremo les infunde ese ánimo que de otro modo no encontrarían, mas serán dos hombres quienes les guíen y ayuden. Además de la aventura de estos viajeros, Caravana de Paz presenta una historia muy del gusto de su máximo responsable, producida bajo el sello de su productora Argosy Pictures, creada al lado de su socio Merian C. Cooper, en la que recrea parte de las constantes de su cine. La primera que me viene a la mente: un reparto compuesto por rostros habituales en su filmografía; la segunda, la participación del guionista Frank Nugent en la escritura del guion en el que también colaboraron Patrick Ford y el propio John sin acreditar, una excelente fotografía, a cargo de Bert Glennon, un rodaje exterior que le permite disfrutar de la libertad que supone estar en contacto con un medio natural que se erige en un personaje más de sus películas o una narración que le sirve para presentar situaciones cómicas, pendencieras, amistosas, amorosas que, en esta ocasión, se centra en la atracción-rechazo de Travis y Denver (Joanne Dru), así como los peligros que se presentan ante esos hombres y mujeres que forman parte de la leyenda y de la historia anónima de su país.

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