martes, 19 de julio de 2011

Infierno en la ciudad (1959)

El realizador Renato Castellani se adentró en el drama carcelario acompañado de tres mujeres indispensables del cine italiano, la guionista Suso Cecchi D'Amico, con quien ya había colaborado con anterioridad en Mi hijo, el profesor (Mio figlio professore, 1946), y las actrices Anna Magnani y Giulietta Masina, que interpretaron a dos de las condenadas que cumplen sentencia dentro de los muros del presidio donde se desarrolla Infierno en la ciudad (Nella città l'inferno). A su inicio se muestra a Lina (Giulietta Masina) entrando en prisión. En su rostro se lee su inocencia y el temor a un mundo que le resulta desconocido y, como consecuencia, en su mente lo ve como un lugar salvaje y maligno. Esta joven pueblerina ha sido engañada por un embaucador (Alberto Sordi, en una breve aparición) que le había prometido matrimonio, a pesar de estar casado, para poder acceder a la casa donde ella servía. Con el paso de los días, Lina despierta de su inocencia, una inocencia que cautiva a Egle (Anna Magnani), quien se convierte en su guía y protectora durante su estancia en el correccional. Tras su fortaleza externa, esta convicta denota la sensibilidad que no ha perdido a pesar de haber pasado su vida entrando y saliendo de la cárcel. Aunque sus delitos nunca han pasado de hurtos menores y condenas breves, ella es la líder de ese grupo de presidiarias que se encuentra al margen de la sociedad, separadas de sus familias, del amor o del aire que respiran las personas que viven al otro lado del grueso muro. Infierno en la ciudad fluye como un drama ajeno a la sensiblería que evita emitir cualquier tipo de juicio moral, ya que se limita a plantear, desde el realismo de sus imágenes, una situación de vidas humanas dentro de un universo que roba la esperanza y la libertad, por ello resulta ajeno a esa misma condición humana que sí se descubre en las protagonistas. De modo que, cuando Lina consigue la libertad pero en ese instante su imagen resulta ambigua, lo cual delata que la Lina inocente ha desaparecido y, por lo tanto, su regreso al correccional es cuestión de tiempo. En el lado opuesto se observa a otra de las presas, Marietta (Cristina Gaioni), una joven que se ha enamorado del obrero a quien observa a través del reflejo del espejo que emplea desde la ventana de su celda, gracias a la ayuda del cristal cada día mira la figura de ese joven a quien ella y Egle le dan el nombre de Piero (Renato Salvatori). La chiquilla le habla, grita el supuesto nombre del trabajador a través de los barrotes, el deseo crece en ella, sueña con él, sueña con la libertad de poder amar y con no regresar jamás a una jaula que le impide vivir lo que más le llena, la idea del amor. Entre todos esos sueños e ilusiones, Egle deambula aparentemente sin ninguno, pero atenta a los de todas a quienes, si puede, ayuda, a pesar de su duro caparazón externo.

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