domingo, 10 de julio de 2011

Incidente en Ox-Bow (1943)

Carter (Henry Fonda) y Art (Henry Morgan), dos forasteros, llegan a un pueblo dominado por una rutina que ha llevado a sus habitantes a la apatía y al transcurrir de unos días que siempre son iguales, pero esa jornada en especial, no será una más. La noticia del asesinato de un vecino, provoca un brote de violencia en la población, personas que se escudan tras la palabra justicia, una palabra mal empleada en numerosas ocasiones según los intereses de quienes la pronuncian. Estos cívicos ciudadanos, respetuosos de la ley y del orden, desvelan una naturaleza sádica, cobarde e injusta. Únicamente el señor Davis (Harry Davenport) se posiciona en contra de un linchamiento decidido de antemano, sin pruebas y, todavía, sin sospechosos. Lo único que saben es que van a colgar a alguien, un motivo para celebrar su compromiso con la sociedad y con la ley. Este grupo de jueces y verdugos hacen oídos sordos a las advertencias de Davis, mientras son observados por los dos forasteros, que se posicionan a favor de permanecer neutrales a la espera del desarrollo de los sucesos. Los habitantes del pueblo se han convertido en una turba criminal que ha tomado el control de los acontecimientos, y lo hace de modo “legal” puesto que representan la voz de los justos, el sentir de los indignados y a la ley ausente (en el pueblo no hay una de verdad). Así pues, todo está decidido, no importan los hechos, sino el afán por ver cumplido el objetivo de un grupo que se deja arrastrar por el odio y alejarse de la apatía en la que viven, por este motivo, enfocan el linchamiento más como una fiesta que como un acto injustificable en el cual se juega con la vida de personas a las que se les niega su presunción de inocencia. En un claro del bosque conocido como Ox-Bow encuentran a sus tres culpables, tres hombres que no tienen la menor oportunidad para exponer su defensa, porque sus verdugos no están dispuestos a creer en sus palabras, porque el odio, las pruebas circunstanciales y ese afán por jugar a ser justos les ciega. Es en este espacio abierto donde se desarrollan las escenas más duras y críticas de una película cruda e impactante. Martin (Dana Andrews), esposo y padre de familia, no comprende el por qué del trato injustificado y criminal al que son sometidos tanto él como sus compañeros. La situación se torna violenta, no por una muestra explícita de la misma, sino por la presencia de una sombra de injusticia que alcanza extremos aberrantes, y que revela a una masa que se deja arrastrar por el designio de unos pocos. Sólo siete hombres se posicionan en contra del linchamiento, entre ellos Carter y Art, quienes ya han efectuado su elección, pero de nada sirve, ya que el mayor Tetley (Frank Conroy), sádico, despótico y cobarde, dice que la mayoría ha hablado. ¿Está la mayoría capacitada para decidir algo tan importante? ¿No deberían ofrecerles la oportunidad de demostrar su inocencia? ¿Por qué un crimen de tal calibre se pretende disfrazar de justicia?. Incidente en Ox-Bow (The Ox-Bow incident) permite a William A.Wellman estudiar el comportamiento de un grupo de hombres que buscan justicia, pero sin comprender el significado de dicha palabra y que desvelan en ellos mismos todo cuanto implica ser injusto. Son seres resentidos, seres que odian y que no desean otra cosa que la muerte de los tres sospechosos (para ellos culpables, no existe la presunción de inocencia). Tan sólo buscan el linchamiento porque se dejan llevar por el rencor, la necedad, la ignorancia y la ruindad que habita en su interior. Para ellos, el ajusticiamiento se convierte en una especie de fiesta, un motivo de celebración porque van a hacer algo diferente, algo a lo que se obligan porque son ciudadanos honestos que van a ejecutar a tres seres humanos que tienen vida, miedo, esperanzas o familias. De este modo, en caso de seguir adelante con la ejecución, el verdadero asesino sería esta chusma que se escuda tras las pruebas circunstanciales y tras un sentido de la justicia que no es más que un reflejo de su odio y de su cobardía. Son culpables, no hay más que decir, la mayoría ha hablado y tan sólo queda aguardar al amanecer para ejecutar a los tres individuos a quienes se les niega el derecho a defenderse, y lo que es peor, se les niega el derecho a la vida porque una jauría ignorante, violenta y estúpida se deja arrastrar por una vorágine de violencia, mal disfrazada de justicia.

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